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Abajo en lo que llamamos patio, los diputados ocupaban sus asientos en dos alas de bancos: en el escenario había un trono, ocupado por un obispo y cuatro señores más y delante los secretarios del despacho. Poco habían unos y otros calentado los asientos, cuando los de la Regencia se levantaron y se fueron como diciendo: «Ahí queda eso».

Lo único que produce un efecto verdaderamente teatral, es el anfiteatro, circuido de graciosas barras doradas, con lujosos asientos accesibles á la mirada de los espectadores. Esto no es decir que el teatro de la Grande Opera no sea un magnífico coliseo, tanto por su extension, como por sus trabajos de pintura, escultura, dorado, y por su excelente y bien servida escena.

El sacerdote se preparaba a oficiar sin más pueblo devoto que las sillas esparcidas en el salón con el desorden de la fuga. Sólo algunas domésticas, enviadas por sus señoras, entraron apresuradamente para no quedarse sin misa. Doña Zobeida y Conchita habían avanzado hacia los asientos de primera fila, consolando al oficiante con su presencia de esta retirada general.

Esta especie de vestíbulo de verdura, agradablemente sombreado por una amplia bóveda de follaje y tapizado de un césped florido del que se exhalan los más dulces olores, ofrece en todas partes pequeños asientos naturales tan cómodos como si el arte hubiese intervenido en ellos.

En el numeroso séquito del príncipe y sus regios huéspedes figuraban capitanes y cortesanos de Gascuña y España, de Inglaterra, el Lemosín y Saintonge. En los asientos y gradas encantaban la mirada las morenas bellezas del Garona y junto á ellas las rubias beldades inglesas, ostentando unas y otras sus mejores galas.

Más impacientes, algunos se levantaban de sus asientos con la servilleta en la mano, y alargaban el pescuezo queriendo distinguir por las ventanas del comedor aquellas islas ante las cuales iban a pasar de largo y de las que hablaban todos como de una tierra de promisión.

Algunas sectas protestantes, poniendo asientos y suprimiendo genuflexiones, iniciaron la entrada de la dignidad humana en el templo, cuatro siglos antes de que fuese abandonada en España y en América la obligación tradicional y cotidiana del hijo, de pedir la bendición al padre con las manos en súplica y de rodillas en el suelo.

Sobre la mesa ó bufete, que era de nogal, había recado de escribir, el Breviario y otros libros. Dos sillones de brazos, frente el uno del otro, con la mesa de por medio, y donde se sentaban nuestros interlocutores, eran de nogal igualmente. Á más de los dos sillones, había cuatro sillas arrimadas á la pared. Los asientos todos eran de enea.

La autoridad no se opuso á este pacto, y desde entonces siguieron juntas, y ambas cofradías gozaron de las ventajas de este privilegio en la forma indicada. En el fondo estaba el escenario; la mayor parte de los espectadores ocupaba el patio, y los asientos preferentes eran las ventanas del edificio y de las casas inmediatas.

Cuando Gallardo fue con su esposa y su madre a tomar posesión del cortijo, les enseñó el pajar en que había dormido con sus compañeros de miseria errante, la pieza en que había comido con el amo y la placita donde estoqueó un becerro, ganando por primera vez el derecho a viajar en tren sin tener que esconderse bajo los asientos.