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Cuando el sol se hubo alzado, cuando la campana del castillo llamó a los obreros al trabajo, Mathys despertó con la frente cubierta de sudor. Trató de volverse a dormir, pero el recuerdo de las imágenes horrorosas que había visto en sueño le asediaba aún el espíritu y hacía latir su corazón con violencia.

La idea de que Linilla dejase de quererme me llenaba de espanto y me prometía yo serle fiel hasta más allá de la tumba. La idea de que podía yo perder a Linilla me perseguía de tal modo, y de tal modo me asediaba que hubiera yo querido volar en busca de la joven para decirle: Linilla, ¡perdóname, perdóname! ¡He faltado a mis promesas!

No se atrevió a entrar en el cementerio. La Muerte le asediaba con sobrada insistencia para que él fuese a devolverle la visita. ¡Ay, cómo odiaba a la infame señora de los ojos sin luz, de la piel intensamente pálida, que una tarde había descrito allí dentro, ante la absorta muchacha! ¡Con qué delectación la escupiría en su pecho voluminoso y amargo, en sus flancos potentes, si pasase ante él!... Cierto que tras sus pisadas resurgía la vida; que otras Felis vendrían al mundo; pero no eran para él.

Por el contrario, se quedó asombrado ante mis conocimientos y me comprometió para otras dos piezas. ¡Qué galante!... ¡Graciosísimo, muchacha, graciosísimo! exclamé, riéndome; ya noté que te asediaba mucho y que estaba lo más obsequioso contigo. Era por los caballos. Les debo el honor de dos valses con Pedrito. Y los otros cipreses, ¿qué te dijeron?

El joven Dandolo, uno de los hombres más brillantes de las siete islas, la asediaba con sus cuidados, la deslumbraba con su talento y le imponía su amistad soberbia con la autoridad del que siempre ha triunfado. Gastón de Vitré paseaba alrededor de ella una solicitud inquieta. El hermoso joven se sentía nacer a una nueva vida.

Ni un instante me detuve a reflexionar sobre aquel plan que era detestable, malvado, odioso. La asediaba con mil capciosidades. Tratándose de personas que nos conocíamos muy a fondos nos bastaba para entendernos sólo media palabra; pero yo aun añadía una más precisa. Caminábamos sobre un terreno sembrado de artimañas y yo tendía una más a cada paso.

Y le asediaba con ruegos ardorosos, con palabras acariciadoras, para que fuese en seguida a avistarse con su hermana. Montenegro cedió, vencido por la ansiedad del mocetón. Iría aquella misma tarde a Marchamalo; mentiría al jefe del escritorio diciéndole que su padre estaba enfermo. Don Ramón era bueno y haría la vista gorda.

A más de esto, le asediaba el partido con sus exigencias de disciplina, gozaba del afecto del jefe, a cuya tertulia no le era lícito faltar, y tenía que ocuparse de la educación de sus hijos, dos muchachos irreprochables, que profesaban las ideas sanas de su padre y merecían los elogios de sus antiguos maestros, los buenos sacerdotes de la Compañía.

Los despechados, la turba pedigüeña que en vano le asediaba y bloqueaba, llamábanle «El solitario de Las Arenas», «El ogro de la Sendeja», que era donde tenía su escritorio, y hasta afirmaban, faltando á la verdad, que su carruaje sólo tenía un asiento, para evitarse de este modo toda compañía.

¡Oh, por Dios, señor Marqués!... No creo que usted... se atreviera... sus ideas. Mis ideas son otra cosa. El mercado de las hortalizas no puede seguir al aire libre, a la intemperie. Pero San Pedro es un monumento y una gloriosa reliquia. Es una ruina. No tanto.... El Magistral intervino huyendo de Obdulia, que le asediaba ya, según habían previsto Paco y Visita.