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¿Iremos a esperarlo, a ver si viene el señor de Miranda? Irá usted si gusta, señora; en cuanto a , permítame usted que me niegue. Tan agrio era el tono de la respuesta, que Lucía se quedó sin saber qué decir. Van mozos del hotel añadió Artegui con usted, o sin usted, a esperar a los trenes. No necesita darse el madrugón... a no ser que su ternura conyugal sea tan viva....

Y viendo a Lucía que permanecía de pie y con aire contrito, le señaló el otro sillón. Trájolo Lucía arrastrando hasta ponerlo frente al de Artegui, y tomó asiento. Hable usted de algo prosiguió Artegui ; hablemos.... Necesitamos distraernos, charlar... como esta tarde. ¡Ah!, ¡esta tarde estaba usted de tan buen humor! ¿Y usted? El calor me agobiaba.

Cuando pudo exclamar: Pero... su madre de usted.... ¡Dios mío, qué desgracia tan grande! estaba Artegui ya en la puerta, sin oír las ceceosas ofertas de servicio que le prodigaba Gonzalvo. ¡Don Ignacio! gritó la niña al ver poner la mano en el pestillo.

Fue de suerte, que al bajarse en Irún y oír las primeras sílabas pronunciadas en idioma extraño, Lucía murmuró como con pena: ¿Pero qué? ¿Hemos llegado ya? A Francia, casi respondió Artegui ; pero aún nos falta un trecho regular hasta Bayona. Aquí se registran los equipajes: es la aduana de Irún.

Y mire usted, esa fue la única desgracia que yo tuve; porque por lo demás, personas habrá felices, pero más de lo que yo lo fui.... Artegui posó en ella sus ojos dominadores y profundos. ¡Era usted feliz! repitió, como un eco del pensamiento de la niña. ¡Vaya! que lo era.

¿ por aquí, Sardiola? murmuró reposadamente Artegui. Almorzaremos bien, porque pondrás cuidado en servirnos. Pues , señorito, yo por aquí... Después dijo recalcando la frase y bajando la voz , como todo lo mío lo encontré arrasado... la casa hecha cenizas, y el campo perdido... me di a ganar la vida como pude.... Y usted, señorito.... ¿Sigue usted a Francia?

¡Dios nos libre! exclamó Lucía ; capaz es de tomar el tren para venir a buscarme, y de ahogarse en el camino con el asma... y con el disgusto. No, no. De todas suertes, voy a dar los pasos.. Y Artegui embutió los brazos en los de su americana, y echó mano al sombrero. ¿Va usted a salir? preguntó Lucía. ¿Quiere usted algo más? ¿Sabe usted... sabe usted que ayer era sábado y que hoy es domingo?

Lo primero que vio a la puerta fue a Artegui, contemplando con interés la gótica forma de la portada. Ya he puesto cantidad de telegramas a las diversas estaciones, señora dijo descubriéndose cortésmente al verla . En especial a la más importante, Miranda de Ebro. Me he tomado la libertad de firmar con su nombre de usted.

Artegui se adelantó entonces, y soltó la fórmula sacramental: El señor don Pedro Gonzalvo, la señora de Miranda. Miranda.... , , lo he visto, lo he visto abajo escrito en la tablilla también... conozco un Miranda que se habrá casado estos días... solterón, solterón.... ¿Don Aurelio? preguntó Lucía a pesar suyo. Justo.... Le trato mucho, mucho. Es mi marido murmuró ella.

Apretose las sienes como para detener la tenaz péndola, y lentamente, paso a paso, se encaminó al vestíbulo de casa de Artegui. Al poner el pie en el primer peldaño de la escalera, la música zumbadora de la sangre le cantaba en los oídos, como un coro de cien moscardones. Parece que le decía: No vayas, no vayas.