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La inmediata pertenecía al mismo círculo de amigos; después seguía la de los curas de tropa, llamada así porque a ella se arrimaban tres o cuatro sacerdotes, de estos que podríamos llamar sueltos, y que durante la noche y parte del día hacían vida laica.

Toda quanta gente aun habia en el anfiteatro y el circo le acogió con mil baldones; todos so le arrimaban, y le daban vaya en su cara: nunca hombre sufrió tan afrentoso desayre.

Se echaron pues al arroyo, por una y otra parte, veinte nadadores, que impelian, arrimaban y forzaban con las voces y manos á los caballos, mulas y otros animales, hasta tanto, que todo aquel gran número hubo pasado el rio.

Sin embargo, diseminadas aquí y allá, orando prosternadas frente a los altares con la cabeza cubierta, veíase algunas mujeres; otras se arrimaban a las ventanillas enrejadas de los confesonarios y extendían la mantilla por ambos lados de la cara para depositar con un cuchicheo imperceptible sus pecados en el sagrado tribunal de la penitencia.

Los caballeros, con levita negra correctamente abrochada, se arrimaban lánguidamente a las puertas del gabinete y del comedor, lanzando desde allí miradas persistentes a los brazos y los pechos que ocupaban los divanes.

La voz de don Serapio era poquita, pero desagradable, como decía un joven humorista de los que se arrimaban a las puertas. Nunca pudo averiguarse si era tenor, barítono o bajo.

Entonces se arrimaban a la pared las sillas de paja y las cuatro butacas descoyuntadas y bisuntas que ordinariamente andaban de acá para allá al capricho de los desocupados; se amontonaban las mesitas y los veladores en el cuarto obscuro ya conocido, y en la leonera y otro cuarto más por el estilo, que había a su lado, o en la cocina, y se convertía la mesa de billar en mesa de ambigú vistosamente adornada, en la cual se destacaban y lucían mucho las pilas de azucarillos y las bebidas refrigerantes en la cristalería de Periquet; se encendían las dos docenas de velas correspondientes a otras tantas palomillas de quita y pon que había a lo largo de las paredes y en cada cara de los dos pies derechos del medio; y con esto y unas colgaduras de tul de tres colores en las puertas, y unas guirnaldas de flores contrahechas, serpeando poste arriba en los dos mencionados, y con quemarse allí unas pastillas del Serrallo, o medio real de alhucema, resultaba el salón muy oriental y hasta espléndido, en opinión de los más descontentadizos y exigentes villavejanos.