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En cuanto a contestó Vázquez, con un vago dejo de tristeza debo decir que siento no haberme casado... ¡Sobre todo cuando visito un «home» tan alegre y cariñoso como éste! ¡Pero aun está usted a tiempo de casarse, señor Vázquez! interrumpió otra vez Coca, como distraídamente y como arrepintiéndose luego de su distracción...

Pero a cambio de estos triunfos experimentó el buen capellán horribles desengaños. Muchas veces las bellas pecadoras se mostraban arrepentidas, le sacaban todos los cuartos que podían y concluían riéndose de él y contando el chasco por la villa. Pero no desmayaba en su obra. Estaba a prueba de risas y fracasos. Algunas que comenzaron engañándole, habían terminado arrepintiéndose sinceramente.

A todos los conocía, con todos había batallado, arrepintiéndose ahora de sus antiguas querellas. El alcalde tenía en la frente la mancha roja de una gran desolladura. Sobre su pecho se agitaba un harapo tricolor: la banda municipal, que se había puesto para recibir á los invasores y que éstos le habían arrancado.

Y ella, con aquella facilidad que siempre había tenido para leer sus pensamientos, se aproximaba a él, tierna y sumisa como una víctima, pidiendo el martirio a cambio de un poco de cariño, arrepintiéndose de sus pasadas ligerezas, propias de la inexperiencia, y acariciándolo con el perfume de su aliento, aquel mismo perfume de la carta que, estremeciéndole, envolvía su cerebro en humareda embriagadora.

Y si a Dios le hubiera complacido haceros fea como a , de modo que los hombres no os hubieran andado detrás, nos hubiéramos podido limitar a nuestra familia sin tener que habérnoslas con esos señores que tienen sangre turbulenta en las venas. ¡Oh! no habléis así, Priscila dijo Nancy, arrepintiéndose de haber provocado aquella explosión ; nadie tiene motivos para censurar a Godfrey.

Salió ganando la Iglesia, porque los infelices menestrales comenzaron a ver visiones y pidieron confesión a gritos, arrepintiéndose de sus errores con toda el alma. Y nada más: a eso se había reducido la revolución religiosa en Vetusta, como no se cuente a los que comían de carne en Viernes Santo. Don Pompeyo no creía en Dios, pero creía en la Justicia.

Juanito contestó negativamente, arrepintiéndose en seguida. Me alegro. Pasearemos juntos. Mis amigos han salido con sus familias, y yo no tengo a nadie en este mundo; estoy solo... completamente solo. El viejo recalcaba estas palabras, como si quisiera hacer responsable a alguien de su abandono. Emprendieron los dos la marcha hacia las Alameditas de Serranos, paseo habitual de don Eugenio.

Comprendía a la Virgen, a Jesucristo y a San Pedro; les tenía por muy buenas personas, pero nada más. Respecto a la inmortalidad y a la redención, sus primeras ideas eran muy confusas. Sabía que arrepintiéndose uno, bien arrepentido, se salva; eso no tenía duda, y por más que dijeran, nada que se relacionase con el amor era pecado. Sus defectos de pronunciación eran atroces.

No obstante, alguna que otra vez, de raro en raro, se autorizaba el levantar los ojos y clavarle una rápida y grave mirada, arrepintiéndose inmediatamente de haberlo hecho. A nuestro joven le hacía gozar más aquella tímida y rapidísima mirada que las ardientes y prolongadas que otras mujeres más bellas y más vistosas le habían echado en el curso de su vida.

'Aquello decía yo que me pareció tan grande, vedlo allá tan chiquitín'. Híceme cargo de todo lo que había pasado durante mi enfermedad, que más bien me parecía sueño, y vi la infidelidad de esa desgraciada, vi también que tenía una cría, y la claridad de aquella razón nueva y robusta que yo había echado, me hizo ver un caso de aplicación de la justicia, y consideré que era de mi deber contribuir a la extirpación del mal en la humanidad, matando a esa infeliz, con lo cual la redimía, porque yo he dicho siempre: 'Bienaventurados los que van al patíbulo, porque ellos en su suplicio se arrepienten, y arrepintiéndose se salvan'».