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Un alegre cascabeleo dominaba los ruidos de la plaza y las voces enérgicas del postillón en traje de la huerta, que gritaba «¡arre! ¡arremanejando con rara maestría una docena de ramales. Las rocas, una tras otra, fueron desfilando por la plaza, produciendo cada una de ellas una verdadera revolución.

Entre las cortinas de árboles enanos que ensombrecían los caminos vibraban cencerros y campanillas, y cortando este alegre cascabeleo sonaba el enérgico «¡arre, acaanimando á las bestias reacias. En las puertas de las barracas saludábanse los que iban hacia la ciudad y los que se quedaban á trabajar los campos. ¡Bòn día mos done Deu! . ¡Buen día nos Dios! ¡Bòn día!

Debe haber alguna persona del país, bastante cobarde y bastante miserable, para guiar al enemigo a nuestras espaldas y para entregarnos a él atados de pies y manos. ¡Oh, el bandido! exclamó Lorquin con voz colérica ; yo no soy malo, pero si el tal se pone a mi alcance, he de dejarle seco... ¡Arre, Bruno, arre!

No, no; una parálisis no deja a un hombre firme sobre las piernas, como un caballo entre las varas de un carro, ni le dejaría luego marcharse, así que se le pudiera decir «¡arrePero quizá hubiera algo así como que el alma del hombre, que se librara del cuerpo, saliera y entrara, lo mismo que un pájaro que sale y vuelve a su nido.

Cuando alguno, con repentino terror, refugiábase en las empalizadas, la barbarie campesina le acogía con insultos, golpeándole las manos agarradas a la madera, dándole varazos en las piernas para que saltase a la plaza. «¡Arre, sinvergüenza! ¡A darle la cara al toro, embustero!...»

¡Ja, ja, ja! exclamaba el contrabandista ; estaba seguro que los miserables se detendrían alrededor del furgón para beberse el aguardiente, y que la mecha tendría tiempo de prender en la pólvora... ¿Creen ustedes que nos perseguirán? Sus brazos y sus piernas han volado a las copas más altas de los abetos... ¡Vamos, arre! ¡Quiera el cielo que suceda lo mismo a cuantos acaban de pasar el Rin!...

¿Quién sabe?... Y cuando más esperanzas ponía en el porvenir, la realidad la despertaba en forma de brutal terronazo, mientras el viejo decía con voz áspera: Arre, que ya es hora. Y otra vez al trabajo, a dar tormento a la tierra, que se quejaba cubriéndose de flores.

Allá abajo las luces de Oviedo brillaban como una gran constelación, destacándose sobre ella la silueta de su torre: allá arriba, espesos nubarrones tapaban casi por completo el firmamento, dejando solamente algunos móviles agujeros por donde se vislumbraba el centelleo de las estrellas. ¡Arre, Lucero! ¡up! ¡up! La gallarda pareja marcha al través de la noche sombría. ¡Up! ¡up!

Se me trababa la lengua, se me hacía de noche dentro del caletre, como cuando iba a la escuela; tenía miedo de que te ofendieras y que el padrino me diese encima unos cuantos palos con una tranca, disiéndome: «¡Arre allá, so sinvergüensa!», lo mismo que cuando se mete en la viña un perro vagabundo... Por fin, salió la cosa. ¿Te acuerdas? Algo costó, pero nos entendimos.

Entremos un poco en casa de Cuny; a Catalina y a Luisa no sentará mal tomar un trago, ni a los otros tampoco; así cobrarán ánimo. ¡Arre, Bruno! Marcos cogió al caballo de la brida... Se acababa de colocar en el trineo a dos hombres heridos.