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Hubiera sido esta mujer un gran talento, un carácter, un dechado de virtudes, si durante su juventud no se hubiese penetrado del deslumbrante y falso espíritu que entonces reinaba, arrastrándola en la detestable cima, desde la que derrumbó el mundo, perdiéndose a propia; porque fueron sus opiniones las que la condujeron a la guillotina.

Reynoso mandó encender las chimeneas del dormitorio y del saloncito contiguo que ya estaban apagadas; luego despidió a los criados y se encerró con su esposa. ¿Pero qué es eso? ¿qué es eso? dijo paternalmente tomándole una mano y arrastrándola suavemente hacia un diván. Elena le echó los brazos al cuello y rompió a llorar.

Las mujeres, por ser las más furiosas, aconsejaban á los jinetes que intentasen de todos modos la aventura, para traer á la «señorona» arrastrándola del pelo.

El Bernardo-Ermitaño, que nunca ve dura su cáscara, imagina, para mejor resguardar la parte blanda, convertirse en falso molusco; al objeto apodérase de una concha que le venga bien; devora á su dueño, y se acomoda en la casa robada, arrastrándola consigo.

Recordando a la fatigada Partenia, comencé a considerar que otra hubiese sido su suerte, de casarse con el antiguo griego del drama; al menos habría vestido siempre decente y sin aquel traje de lana pringado por las comidas de un año entero y las grasas de cocina, no se hubiese visto obligada a servir la mesa con el cabello sin peinar, ni se hubieran colgado de sus vestidos los dos niños con los dedos sucios, arrastrándola inconscientemente a la sepultura.

¡Mire que es de judíos lo que hicieron con Doña Sabelita! ¡De la misma cabecera de la difunta la echaron a la calle arrastrándola por los cabellos! ¡Y con qué palabras, Madre de Dios! ¡Ni siquiera la dejaron abrir el arca de su ropa para ponerse una pañoleta de luto! ¡Como no se halló nada en la casona, sospechaban que la ahijada tuviese escondido dinero y alhajas!.... DO

Las mariposas blancas que revoloteaban en torno de su cabeza pegaban las alas en el sudor frío de su frente, como si quisieran tirar de ella arrastrándola a otros mundos donde las flores nacen espontáneamente, sin llevarse en sus colores y perfumes algo de la vida de quien las cuida. Las lluvias de invierno no encontraron ya a la Borda.

Leonora hacía esfuerzos por contener su risa de niña, al sentirse con los pies apresados por las marañas de juncos y recibir las duras caricias de las ramas que se encorvaban al paso de Rafael, y recobrando su elasticidad la golpeaban el rostro. Pedía auxilio con apagada voz, y Rafael, riendo también, la tendía la mano, arrastrándola hasta el pie del árbol donde cantaba el ruiseñor.