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Acaso este pobre anciano se viera precisado a salir de la casa donde ha vivido, que ha fabricado con ilusión para morir en ella en brazos de su esposa. La voz del duque se alteraba por momentos; sus ojos se arrasaban de lágrimas. Todavía siguió en este tono patético un rato. Al fin cayó como desfallecido en la butaca, llevándose el pañuelo a los ojos.

Lo robaban todo, arrasaban los campos, como una nube de langosta, y cuando las tropas hacían alto, encontraban ya la hoguera ardiendo y la comida en su punto. Los primeros contactos entre ambos bandos los realizaban casi siempre las dos vanguardias de «soldaderas». Olvidando momentáneamente su antagonismo, se vendían unas á otras lo que consideraban superfluo.

La vizcondesa salió, pero antes paróse un momento en el umbral del taller para enjugar sus lágrimas que arrasaban sus ojos; por fin, dirigióse con rápido, paso hacia las habitaciones de Beatriz: ésta, que esperaba el resultado de la entrevista paseando febrilmente por las alamedas del jardín, corrió al encuentro de Elisa desde que la viera aparecer, e interrogándola angustiosamente: ¿Y bien?

Es aquí donde la lucha tomó sus caracteres más sombríos y salvajes; es aquí donde Monteverde, Boves, el asombroso Boves, aquella mezcla de valor indomable, de tenacidad de hierro y de inaudita crueldad, Morales, y al fin Murillo, el émulo de Bolívar, arrasaban, como en las escenas bíblicas, los pueblos y los campos y pasaban al filo de la espada hombres, mujeres, niños y ancianos.

Las fortalezas y castillos se derrumbaban y arrasaban por docenas; los malhechores, bandidos y tiranos soberbios, que habían infestado y devastado el país, eran ajusticiados á miles. Para apaciguar el reino dice el doctor Villalobos se hacían muchas carnicerías de hombres y se cortaban pies y manos y espaldas y cabezas.

Llegó la noticia de esta desgracia hasta los pueblos de los Chiriguanás de que fué inexplicable la aflicción que tuvo el P. Arce, viendo que los enemigos como un torbellino salido del abismo, arrasaban aquel su Paraíso, que tanto le había costado el plantarle y al punto fué desalado á repararle y defender la vida de sus neófitos.

Las señoras lanzaban gritos de entusiasmo; se les arrasaban los ojos de lágrimas al ver el ansia con que la mamosa niña chupaba el pezón del frasco. Así que se hartó, despidiéronse todos de nuevo, no sin depositar antes cada uno un beso en las mejillas de la pobrecita expósita. El conde de Onís no había desplegado los labios en todo este tiempo.