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La ciudad, bien decaida al presente, no suministra ya sinó metales de estaño, ó algun poco de oro arrancado, dirémos así, á sus vecinas montañas. Me encontré de nuevo sobre el llano Boliviano, la parte mas poblada de aquellos parages.

No dijo Fernando con repentino acceso de ira; , con tu imprudente conducta, me has comprometido. Ya ves, todo el mundo sabe que eres agente mío. ¿No viste cómo con buenas palabras me lo dijo Feliú? ¡Oh, le hubiera arrancado la lengua! ¡ me has vendido! Señor replicó Coletilla con voz en que había algo de llanto, señor, traspasadme el corazón, pero no digáis que os he vendido.

Esto no lo dijeron, por supuesto, aquellas señoras; pero lo pensó, sin decirlo, don Casimiro Pantojas, que atentamente las escuchaba, después de haber desorejado a toda una desdichada familia de conejitos de porcelana y arrancado los rabos a una parejita de bulldogs, fabricados en Bristol.

En el largo trecho comprendido entre la plaza de Antón Martín y la fuente de la Alcachofa, apenas transitaba gente; los balcones estaban cerrados, como si el sol y la fiesta hubieran arrancado a todo el mundo de su casa; no se oían más ruidos que el lento campanilleo de algún carro y el silbar entrecortado y rápido de las locomotoras que maniobraban en la estación del Mediodía.

Contempló el bulto con una sonrisa, luego subió a la reja, ató un cabo de la cuerda a los dos barrotes y el otro extremo lo echó fuera poco a poco. Cuando toda la cuerda quedó a lo largo de la pared, pasó el cuerpo con mil trabajos por la abertura, que dejaba el barrote arrancado, y comenzó a descolgarse resbalándose por el muro. Cruzó por delante de una ventana iluminada.

Carecía de vigor físico para trabajar como un hombre; era un enclenque debilitado por el estudio, y el desarrollo de su pensamiento no le servía para abrirse paso. ¡Pobre mosca mutilada! Le habían arrancado las alas de su nacimiento, y la mala suerte se divertía empujándole, gritando: «¡Vuela!» ¿Cómo iba a remontarse? Estaba vencido sin remedio, caído en el suelo, sin fuerzas para moverse.

Advertí en la calle que me había olvidado de ponerme el saco, aunque estaba muy bien peinado y llevaba una estrella verdadera prendida en la corbata. Esta estrella, que era como la cabeza de un clavo, yo la había arrancado del cielo con mi propia mano, parándome en puntas de pies y estirando enormemente el brazo derecho.

Sin saber por qué, recordó uno de sus juegos en el Hospicio. Los muchachos cogían una mosca, la arrancaban las alas y empujábanla después, pretendiendo que volase. ¡Ay! El era como aquella mosca. Le habían arrancado las alas; le habían arrebatado las armas naturales para la lucha por la vida.

Alfreda, aunque engañada también por él, intercede conmovida en su favor y hasta quiere abrazarlo; pero, al intentarlo, observa que la misma fuerza é intensidad de sus sentimientos le ha arrancado la vida. El drama Laura perseguida se distingue por la vigorosa pintura de afectos.

Las únicas personas que ni reían ni tomaban parte en la conversación eran el aya y la condesa. La primera no perdía de vista á los niños, regulando con señas imperiosas sus pasos y movimientos. La segunda no apartaba los ojos de las pardas montañas que tenía delante y deshojaba distraídamente una rosa que uno de los niños había arrancado de su tallo para ofrecérsela.