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D. Francisco estaba tan ocupado en desenredar el espantoso lío de ideas que la carta armó en su mente, que aún no había tenido tiempo de indignarse.

Su breviario era tan viejo y hecho pedazos, que sólo ayudado de la memoria podía satisfacer á la obligación de rezar el oficio divino; su mayor tesoro eran los instrumentos de penitencia, con que maceraba su carne, cilicio, cadenas de hierro, cruces armadas de agudas puntas y otros de este jaez, con que redujo su cuerpo á perpetua esclavitud, con aquel santo temor con que se armó también contra mismo el Apóstol San Pablo.

Pero a éste le fui a tropezar camino de Peñascosa, y le hablé muy al caso, representándole el pecado en que incurría rematando bienes de la Iglesia, le prometí darle en arriendo el prado, y le puse cuarenta duros en la mano. ¿Qué había de hacer el hombre? Fue a Lancia, lo remató y me lo traspasó a acto continuo... ¡Vaya una risa que se armó en el pueblo, amigo!

Años tenía la buena señora para obrar por su propia cuenta. Sus reflexiones fueron tan amargas como exactas. «Todo es en balde: armo un alboroto, grito, insulto a estas mujeres, llamo a mi madre... cierran la puerta, mandan venir una pareja... y mi padre se queda solo, sabe Dios hasta cuándoEstá bien, señora dijo; pero no es fácil engañarme. ¡Mi madre está ahí dentro!

En cuanto llegué, el mayordomo, reforzado con la mayordoma, me instaron a jugar al delicioso jueguito... Loco de rabia, les contesté del peor modo... El mayordomo se irritó a su vez... Los dos gritamos desaforadamente... La mayordoma se echó a llorar y me dijo que yo no era un «gentleman»... En fin, se armó tal camorra, que tuve que echar del establecimiento ignominiosamente al matrimonio inglés.

Animada la chica con lo que veía y olía, se armó de un cuchillo y de un trinchante, y se lanzó con resolución sobre la cabeza de jabalí.

Armó cien naves y emprendió la falda De España asir por las arenas solas Del mar, cuyo cristal ciñe esmeralda; Mas viendo en las colunas españolas La sombra del león, volvió la espalda, 1075 Sembrando las banderas por las olas. ¡Levantó la pluma el vuelo! DO

Entrañas por entrañas, ¿cuáles valen más?». Estos enormes disparates, nacidos del trastorno que en su cerebro reinara, persistieron cuando estaba parada y atónita delante del portal de los de Santa Cruz. «Pues no por qué no entro y armo la escandalera que debo armar...». Pero la contenía un cierto respeto que no acertaba a explicarse.

Pues mira, en esa casa vive una muchacha, una niña que apenas tiene quince años, a quien su madre ha prostituido, entregándola a ese chalán que llaman Pepe el Manchego. ¿Y usted ha ido allí a ver si la sacaba de sus garras? La había visto ya otras dos veces, y no parecía mal dispuesta; pero no quién dio soplo a ese hombre, y hoy se presentó de repente y armó un alboroto.

Mas no queriendo que su señora se enterase de tanta desventura, armó el enredo de que le había salido una buena proporción de asistenta, en casa de un señor eclesiástico, alcarreño, tan piadoso como adinerado. Con su presteza imaginativa bautizó al fingido personaje, dándole, para engañar mejor a la señora, el nombre de D. Romualdo.