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Y yo, al leerlo, pensaba: «¡Todavía los turcos encuentran armenios que degollar!»; y recordaba con cuánta razón, aunque el consuelo aparezca, viniendo del diablo, Mefistófeles adoctrinaba a Fausto diciéndole: «En vano un día tras otro amontono torbellinos, huracanes, incendios, volcanes y lluvias; extirpo al hombre, creo extirparlo, de la superficie de la Tierra; ¡pero no lo logro en definitiva, porque aquella maldecida simiente de Adán, jamás perece y siempre germinal, siempre brota, en ancho río, una sangre vigorosa y nueva!».

En aquella sucia y fea calle, los árabes se entregaban a sus juegos favoritos y sobre todo a la caza de los armenios, de modo que así que uno de ellos se atrevía a sacar la cabeza a la puerta de su casa, caía sobre él una lluvia de balas.

Para comprender las vicisitudes y restricciones que vienen sufriendo los chinos en su vida mercantil en Filipinas, se añadirá á lo ya expuesto algunas indicaciones de los puntos más salientes de la legislación de aquellas islas, en las que es de notar, ya existía antes de la conquista, un vivísimo comercio con los chinos, compartiendo con ellos las transacciones, japoneses y borneys, á los que más tarde se unieron moros y armenios, con sus cargamentos de la India.

La uniformidad intelectual que estancó la actividad mental de los árabes en el apogeo de su grandeza, por la reducción a un común denominador, resultante de la circunscripción del pensamiento a una revelación inampleable, pesó también sobre los cristianos durante los diez siglos en que estuvieron obligados a la pasividad del creyente forzoso en otra revelación infranqueable, y que se caracterizaron por la más desesperante esterilidad, en todos los terrenos en que ha realizado adelantos portentosos el entendimiento moderno que pasó las fronteras del entendimiento antiguo; no franqueadas aún por los abisinios, los maronitas, los armenios, la inmensa mayoría de los rusos, más de la mitad de los españoles y los tres cuartos de los sudamericanos, todavía encerrados por la credulidad en el redil de la fe, mientras fuera de ella, el espíritu crítico ha logrado ya crear una fuente de renovación intelectual inagotable, cuya superioridad proviene, precisamente, de la circunstancia a que Brunetière atribuía su supuesta bancarrota: de su incapacidad para cerrar en ninguna dirección los horizontes del espíritu humano con una explicación definitiva e infranqueable.

Se echa de sus casas a los judíos, a los polacos y a los armenios, y una vez que se les ha echado, al verlos correr el mundo, se dice que tienen un espíritu muy aventurero. Si, en efecto, lo tienen, que Dios se lo conserve, porque buena falta les hace... La emigración es un bien para Galicia y para España; pero, sobre todo, lo es para América.

¡Qué van a ser crueles! dice la gente . ¡Unos hombres tan tiernos! ¡Tan dulces! ¡Tan musicales!... Son muy musicales, en efecto, los alemanes. Al más encarnizado perseguidor de armenios se le haría llorar tocándole una melopea. Desgraciadamente, es muy probable que siguiese machacando al armenio mientras sonaba la música.