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Además, el revólver estaba mal cerrado y en la caída se le había salido una cápsula cosa que se explicaba perfectamente de parte de una mujer poco práctica en el manejo de las armas, de una suicida cuyas manos debían temblar por otras razones; pero que en un asesino sería inexplicable.

Retirados á Galípoli después de la victoria, quedaron dueños absolutos de la campaña, y Andronico sin atreverse á salir de Constantinopla, ni Miguel de Andrinopoli, tan apretados les tuvieron nuestras armas.

Esta, habituada al impune apaleo de la muchedumbre sin armas, permanecía indecisa, titubeando con cierta inquietud ante un enemigo resuelto, que, no contento con atacar, avanzaba audazmente. Sonó algo semejante a un chasquido de tralla. El capitán acababa de hacer fuego con su revólver. ¡Fuego, me caso con la hostia! ¡Fuego!

-Así es, señor don Quijote -respondió don Antonio-, que, así como el fuego no puede estar escondido y encerrado, la virtud no puede dejar de ser conocida, y la que se alcanza por la profesión de las armas resplandece y campea sobre todas las otras.

También daba á Morel aquel malhadado golpe el derecho de apropiarse las armas y el caballo del enemigo, si hubiera querido ejercerlo. Los aplausos y gritos delirantes de los soldados ingleses y el silencio y los ceñudos rostros del pueblo anunciaron, antes que lo hicieran los farautes, el triunfo de los primeros, que habían obtenido ventaja en tres encuentros, contra dos que ganaran los gascones.

La llaman «la Generala» por su carácter algo varonil, por la rudeza con que trata á veces á las gentes. ¡Una mujer extraordinaria! ¡Una verdadera amazona!... Tira á las armas, hace gimnasia, nada en los ríos en pleno invierno, y además tiene una voz como un suspiro de brisa, gorjea al hablar como un pájaro, parece que va á desmayarse á la menor emoción lo mismo que una niña tímida... ¿Quieres saber quién es?... Se llama Clorinda; un nombre de poema y de comedia antigua.

A su paso por La Rioja ha dejado escondidos en los bosques todos los fusiles, sables, lanzas y tercerolas que ha recolectado en los ocho pueblos que ha recorrido; pasan de 12.000 armas.

El kaiser pega á sus retoños, el oficial á sus soldados, el padre á sus hijos y á la mujer, el maestro á los alumnos; y cuando el superior no puede dar golpes, impone á los que tiene debajo el tormento del ultraje moral. Por eso cuando abandonaban su vida ordinaria, tomando las armas para caer sobre otro grupo humano, eran de una ferocidad implacable.

Entre la gente que baila y brujulea, se halla la gran mayoría de los forasteros que á la sazón residen en la ciudad; con lo cual queda dicho que el salón campestre, en los quince años que cuenta de vida, hase visto hollado por los pies más insignes que en aristocracia, belleza, política, ciencias, artes, literatura, armas ... y tauromaquia, ha producido y sostiene el suelo español.

Es que si fuera un perro ya estaría aquí, y esos ladridos ni se acercan ni se alejan. Es verdad, Capitán. Tened dispuestas las armas, y vamos a aclarar este misterio. Manteniéndose ocultos entre la maleza para no recibir a mansalva una lluvia de flechas envenenadas, entraron en el bosque, que estaba oscuro, pues ya iba a ponerse el sol.