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Que eso es lo que conviene á nuestro plan. Excepto Argüelles, todos son muy odiados del pueblo, y no creo que exista hombre alguno á quien más aborrezcan los exaltados que el ministro Feliú.

El poeta siguió el ejército, llorando sus padres, y aun es fama que lloraron á escondidas tres de las chicas más guapas de Ecija. Al llegar á Madrid, el joven volvió á ser poeta, y entonces hacía versos al Rey cuando abría las Cortes, á Amalia, á Riego, á Alcalá Galiano, á Quiroga, á Argüelles.

El ministro notó la caída del papel, pero no se dió por entendido. Leyó su decreto, dijo el prelado que no le gustaba, y el Rey que estaba complacidísimo. Grande era su curiosidad por saber si aquel papel decía algo interesante, y apresuró la despedida del ministro. Quedóse solo y me llamó; juntos leímos el papel, que decía: A las diez; van por fin, Argüelles y Calatrava. No falte usted.

Allí no van Quintana el fatuo, ni Martínez de la Rosa el pedante, ni Gallego el clerizonte ateo, ni Gallardo el demonio filosófico, ni Arriaza el relamido, ni Capmany el loco, ni Argüelles el jacobino, sino multitud de personas deferentes con la religión y con el rey. Y dicho esto, el estafermo hizo una reverencia que medio le descoyuntó, marchándose después con paso reposado y ademán orgulloso.

Beña, poeta de circunstancias, a quien yo vi en casa de doña Flora. ¡Y recomendaba a los padres de la patria que imitasen en su atavío al gran D. Pedro, pasmo de los chicos y alboroto de paseantes! ¡Qué bonitos habrían estado Argüelles, Muñoz Torrero, García Herreros, Ruiz Padrón, Inguanzo, Mejía, Gallego, Quintana, Toreno y demás insignes varones, vestidos de arlequines!

También veo la cara seráfica de Agustinito Argüelles. Dicen que este predica muy bien. ¿Ve usted a Borrull? Cuentan que este no quiere Cortes. Pero empiece de una vez la función ¡qué pesados son! Aquí como no se paga la entrada, no hay derecho a impacientarse. Ya está dispuesta la presidencia. ¿Tocarán un pito para empezar? Yo tengo una curiosidad por oír lo que digan... Y yo.

Bien; ése ya quién es porque ha entrado en casa respondió para disimular . ¿No ha venido ningún otro a preguntar por ? Me parece que no señor. Inmediatamente se trasladó a una librería de la Carrera de San Jerónimo que aún estaba abierta, pidió la Guía de Madrid y se enteró dónde vivía el marqués de Henares. Era en una calle del barrio de Argüelles.

No se han atrevido esos pícaros diaristas a nombrarme, pero harto se conoce a quién va dirigido el dardo. Señora dijo un guacamayo la libertad de la imprenta, según dijo Argüelles en las Cortes, allí donde tiene el veneno tiene también la triaca.

Argüelles, que habló con tanta elocuencia como de costumbre, antojósele a Ostolaza dar al viento el repiqueteo de su voz clueca y becerril, y entre las risas de las tribunas y el alborozo del paraíso, defendió a los uñilargos y pancirrellenos que viven del arca-boba de la Iglesia». Hombre, los trata con demasiada benevolencia. Ellos nos llaman a nosotros <i>herejotes y calabazones</i>.

De esa anarquía ha de salir triunfante un absolutismo, que es su objeto. Y lo conseguirá; eso es indudable. ¿Y contra quiénes se dirige el motín? Contra muchos: ya conocéis quiénes son. Los políticos que se llaman de talla, los que guían la marcha de las Cortes, los influyentes. No se olvidará al presuntuoso Argüelles ni al célebre, más que célebre, Calatrava.