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Sucedía a estos dos lechos el del arriero, fabricado, como se ha dicho, de las enjalmas y todo el adorno de los dos mejores mulos que traía, aunque eran doce, lucios, gordos y famosos, porque era uno de los ricos arrieros de Arévalo, según lo dice el autor desta historia, que deste arriero hace particular mención, porque le conocía muy bien, y aun quieren decir que era algo pariente suyo.

Tres casas y buhios se dejaron, Con docientas hanegas bien colmadas De maiz, y otras cosas que se hallaron, Y estaban la tierra sepultadas. Los soldados las casas les quemaron, Y fueran con los nuestros ya quemadas, De un indio que lo andaba maquinando, Si no estuviera Arevalo velando.

Arevalo gallardo hiriendo La gente que jamas fue conquistada; El hierro de su lanza va tiñendo En sangre con los sesos mixturada. Con fuerza Aguilera descubriendo Aquí, y acá y allá de una lanzada: Al indio deja tal, que parecia Que el indio la tierra se hundia.

Cuando se hubo rendido por entero al pecado, y la arrancaron de su embriaguez los primeros anuncios de la maternidad, creyó enloquecerse. Sin esperar, reveló todo a su padre. Entretanto el seductor desaparecía de Segovia. Medrano fue encargado de ir en su busca. Poco después, en Arévalo, el mismo desconocido se presentó al escudero, declarando su nombre y su raza. Era un morisco.

Estando de esta suerte rebelados, Eligen capitan que gobernase, Y mandan que saliesen desterrados Los españoles luego, sin que osase Quedar alguno, tèrminos pasados: Y el que tiene muger se la llevase, Que solos poseer quieren la tierra, Pues solos la ganaron en la guerra. Arevalo por todos fué elegido Por General, caudillo desta hecha; Y aunque lo recusaba, no ha podido Dejar de lo aceptar.