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Pensamos en esa figura noble y artística como un retrato antiguo, superviviente de todos sus contemporáneos, haciendo sus apacibles paseatas por las calles muertas de Segovia, la vieja, viviendo una vida arcaica y cristalizada entre los muros grises de las rancias mansiones infanzonas, con escudos de piedra y los palacios grises eternamente cerrados.

El que quiera trasladarse en ferrocarril al siglo XIII, que no piense en Santiago. Lo más siglo XIII de Santiago es el viaje. Desde la Coruña se va en automóvil, pero ¡qué automóvil! Viajando en él, yo he tenido una sensación de cosa arcaica y primitiva que no hubiese podido tener nunca viajando en una diligencia.

Pero el ojo ávido no descubre una torre de forma arcaica, un monumento, una columna, algo que hable del pasado... Es que ese pueblo ha confundido en una las tres edades históricas; no busquemos el arte en esas costas, sino lo que en ellas, hay... Pero, lo repito, la bahía es realmente bella.

¿Y no está colgado en esa sala algún retrato de nuestro amado pariente el conde de Targes? Don Fernando se alzó de hombros y salió, seguido del vizconde, en dirección a la sala del clavicordio. Manuel volvió a la cocina, bamboleándose y creyendo haber soñado; pero la arcaica moneda atestiguaba la realidad del supuesto sueño... ¡y más que la moneda, su borrachera!

El Facundo remueve en cada página la arcaica bandería de «unitarios» y «federales»; pero debo advertir al lector novel que no usa tales expresiones en su valor doctrinario, sino en su significado ocasional y argentino. «Federal», para un proscripto unitario de 1845, era sinónimo de gaucho localista y brutal; en tanto que «unitario», para un caudillo federal de nuestras provincias, era sinónimo de «loco» y «traidor». Unitario quería decir, además, porteño que había sido monarquista y visitado Europa, o vestía levita, gastaba lentes y era «doctor». No es ésta, como se ve, la doctrina de equilibrio político de las diversas regiones argentinas dentro de la nacionalidad, o sea el ideal que despuntó incipiente con Juan Ignacio de Gorriti en la Junta Grande de 1811, para triunfar con Alberdi y Mitre en la Constitución actual.

El agricultor español es de una mentalidad arcaica; pierde lo más, lejano y trabajoso, por obtener lo menos, presente y voladero... Cae el crepúsculo. Los olivares se ensombrecen; cobran un tinte oscuro los cuadros de alcacel luciente; resaltan hoscas las tierras de barbechos.

Detrás de la imagen arcaica desfilaba lo más interesante de la procesión: el ejército doliente de los que deseaban hacer pública su gratitud al Señor del Milagro por los favores recibidos. Eran «chinitas» de juvenil esbeltez y frescura jugosa, con una vela en la diestra y un manto negro sobre la falda hueca de color vistoso y amplios volantes.

Y ya comenzaba a recitar con labio balbuciente un capítulo de la historia sagrada cuando vino a interrumpirlas Manín. Entró con su eterna chaqueta verde, calzones cortos, su gran calañés mugriento, haciendo temblar el piso con los zapatones claveteados. A esta indumentaria, arcaica ya en la provincia, debía gran parte de su notoriedad y la fama de terrible cazador de osos que había tenido.

UNA VOZ TÍMIDA. ¡Proserpinita querida! ¿Dónde estás? Por desgracia, esta institución arcaica no lo sabía aún, y nos dio... la antigua dirección de aquéllas. Y durante una semana entera la agencia estuvo dándonos, como si se burlase de nosotros, la misma antigua dirección.