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Los bosques sombríos de los sitios reales, las arboledas obscuras del invierno, fueron y son sus paseos favoritos. Sus palacios de campo tienen techumbres negras, torres achatadas, con veletas y tétricos claustros, como si fuesen monasterios.

La tierra gris recién abierta por el arado, los caminos amarillentos, las arboledas obscuras, todo palpitaba con una ondulación incansable. El suelo parecía gritar; sus palabras eran las vibraciones de las inquietas banderas.

Donde quiera los graciosos campanarios de bonitas iglesias, la estructura de las casas, las numerosas arboledas y la disposicion de los objetos ofrecen á la vista del viajero paisajes pintorescos, que contrastan con los severos de las montañas y los valles alpestres. Winterthur, situada casi en la mitad del trayecto, es la única villa ó pequeña ciudad importante en que se toca.

Juzgo que no es nacion numerosa, pues no bajan con sus canoas al rio Paraguay. Los portugueses, que navegan por Xarayes desde Cuyabá á Mattogroso, dijeron que en algunas arboledas que hay, en los anegadizos de Xarayes, se dejaban ver algunos indios, aunque pocos. No saben de que nacion sean. Pueden ser algunas reliquias de los Xarayes.

Las campanitas seguían llamando a misa, el río seguía cantando, y susurraban las arboledas, y venía de las selvas y de las cañadas algo como rumor de lejanas orquestas misteriosas que ejecutaban, allá en la sierra, en lo más recóndito de la cordillera, inaudita sinfonía. Abrióse, por fin, la puerta de la capilla, y la multitud se precipitó en el sagrado recinto.

Pasaron batallones, escuadrones, baterías, con dirección al Norte, fatigados, sucios, cubiertos de polvo y barro, pero con un enardecimiento que galvanizaba sus fuerzas casi agotadas. Los cañones franceses empezaron á tronar por la parte del pueblo. Grupos de soldados exploraban el castillo y las arboledas inmediatas.

Me gusta mucho recitar continuamente y con el pensamiento puesto en Dios, desde las arboledas de Milly, bajo la sombra de la casa que ha visto nacer a todos mis queridos hijos, este versículo de los Salmos: «Señor, ya que habéis sido mi tranquilidad y mi esperanza en los días de mi juventud, ¡no me dejéis abandonado, en los de mi vejez! ¡Cuando las fuerzas me faltan, no me retiréis vuestra diestra mano

El cañón había abierto durante la noche grandes ventanas en las arboledas que lo tenían oculto. Lo que más le asombró al contemplar este paisaje matinal, sonriente y pueril, fué no ver á nadie, absolutamente á nadie. Tronaban cumbres y arboledas, sin que se mostrase una sola persona. Más de cien mil hombres debían estar agazapados en el espacio que abarcaban sus ojos, y ni uno era visible.

Luego volvía á reaparecer al otro lado de la colina, entre las arboledas y los sonrosados palacetes del Cap-Martin. Los rieles ondulaban luminosamente bajo el sol como dos regueros de metal líquido. Aún no había llegado el tren á este lado, pero su estrépito creciente parecía animar el paisaje.

D. Prisco al cabo sacudió el brazo á su amigo y le dijo: Vamos. El capitán le siguió obediente. D. Prisco se apartó de aquellos sitios y se internó cuesta arriba en las frondosas arboledas de castaños y robles. Por trochas escondidas caminaron en silencio uno en pos de otro. Al fin llegaron á un delicioso paraje donde manaba una fuente oculta entre espinos y avellanos rodeada de menudos céspedes.