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Fue a tomar una naranja del árbol, y al tocarla se convirtió en oro; y así murió rabiando y maldiciendo aquello mismo por lo que ansiado había. Manuel, el espíritu fuerte de aquel círculo, meneó la cabeza. ¡Lo ve usted, tía María dijo José ; Manuel no lo quiere creer!

11 Crecía este árbol, y se hacía fuerte, y su altura llegaba hasta el cielo, y su vista hasta el cabo de toda la tierra. Debajo de él se ponían a la sombra las bestias del campo, y en sus ramas hacían morada las aves del cielo, y toda carne se mantenía de él. 13 Veía en las visiones de mi cabeza en mi cama, y he aquí que un centinela y santo descendía del cielo.

En pie, delante de ellos, la señora María la Sabia, extendiendo el dedo negro y nudoso cual seca rama de árbol, los consultaba con ademán reflexivo.

De la índole nativa depende que este crecimiento sea en buen o mal sentido, y es evidente que los colosos del trabajo, así como los grandes criminales, han nutrido su espíritu en una niñez solitaria. El árbol salvaje, juguete de los vientos en deshabitado país, adquiere un vigor notorio.

Nunca es allí necesaria ninguna preparación sistemática del terreno, sino que el trabajo se reduce simplemente a la extracción del jugo del árbol y su conducción al mercado.

Mas ya Ariston exâminando las partes del arbol, su forma externa, su figura, y todas las demas cosas necesarias, combinándolas con otras de que tiene ciencia y experiencia cierta, asiente á que el arbol grande es almendro.

Llegamos sin tropiezo a la cumbre y a la orilla del cenagoso foso. Sarto, sin perder momento, ató la cuerda al tronco de un árbol inmediato al foso.

Era tan hombre como los cazadores selváticos de Colmenar, gentes duras y amigas de la pólvora, que perseguían a los guardas de árbol en árbol, hasta encerrarlos en sus casuchas. La noche que el Mosco salía con escopeta y dejaba en casa el hurón, la turba de inocentes dañadores estremecíase de inquietud y de orgullo. Aquel era un hombre.

Los dos salieron de la ciudad, y después de seguir las cercas de las pequeñas viñas con sus casitas de recreo entre grupos de árboles, vieron extenderse ante sus ojos las planicies de Caulina como una estepa verde. Ni un árbol, ni un edificio.

El Capitán vació por completo aquella parte del tronco del árbol, y amontonó la harina sobre grandes hojas. Después puso otra de las rodajas del tronco sobre la que acababa de vaciar y manejando con fuerza la maza, la despojó de toda la harina, repitiendo la maniobra con todos los trozos, y obteniendo en pocas horas muy cerca de ocho quintales de harina, que formaba un montón enorme.