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Diciendo esto bebia con tanto aliento, y de tal manera confundia las ideas todas, que no pudo Zadig sacar de él cosa ninguna mas. Estaba confuso, pensativo y sin movimiento, miéntras que bebia Arbogad y contaba mil historietas, repitiendo sin cesar que era el mas venturoso de los hombres, y exhortando á Zadig á que fuera tan dichoso como él era.

Ya tocaba con la Arabia, quando me robó un bandolero muy nombrado, llamado Arbogad, el qual me vendió á unos mercaderes que me traxéron á este palacio, donde reside el señor Ogul, que me compró sin saber quien yo fuese. Es este un gloton, que solo piensa en atracarse bien, y cree que le ha echado Dios al mundo para disfrutar de una bueua mesa.

Yo no lo , replicó Arbogad; lo que , es que Moabdar se volvió loco, que fué muerto, que Babilonia esta hecha una cueva de ladrones, todo el imperio en la desolacion, que se pueden dar buenos golpes, y que yo por mi parte he dado algunos ballantes. Pero la reyna, dixo Zadig, ¿por vida vuestra nada sabeis de la suerte de la reyna?

Caminaba Zadig inquieto y agitado, preocupado su ánimo con la malhadada Astarte, con el rey de Babilonia, can su fiel Cador, con el dichoso bandolero Arbogad, con aquella tan antojadiza muger que babian robado unos Babilonios en la frontera de Egipto, finalmente con todos los contratiempos y azares que habia sufrido. El pescador.

Dexó Zadig correr por el mundo á la bella antojadiza Misuf; envió á llamar al bandolero Arbogad, á quien dió un honroso puesto en el exército, prometiéndole que le adelantaria hasta las primeras dignidades militares si se portaba como valiente militar, y que le mandaria ahorcar si hacia el oficio de ladron.

Esta pregunta traxo á la memoria á Zadig todas sus aventuras, y le hizo repasar la lista de todos sus infortunios, empezando por la perra de la reyna hasta su arribo á casa del bandolero Arbogad. Ha, dixo al pescador, Orcan es digno de castigo; pero por lo comun esos son los hombres que estan en privanza del destino. Sea como fuere, vete á casa del señor Cador, y espérame.

Viendo desde una ventana el dueño del castillo, que se llamaba Arbogad, los portentos de valor que hacia Zadig, le cobró estimacion. Baxó por tanto, y vino en persona á contener á los sujos, y librar á los dos caminantes. Quanto por mis tierras pasa es mio, dixo, no ménos que lo que en tierras agenas encuentro; pero me pareceis tan valeroso, que os exîmo de la comun ley.

A pocas leguas del castillo de Arbogad, se encontró á orillas de un ríachuelo, lamentando siempre su suerte, y mirándose como el epilogo de las desdichas humanas. Vió un pescador acostado á la orilla, que con desmayada mano retenia apénas sus redes que iba á dexar escapar, y alzaba los ojos al cielo. Por cierto que yo soy el mas desdichado de todos los hombres, decia el pescador.

Gustóle mucho Zadig, y con la conversacion que se animó duró mucho el banquete. Díxole en fin Arbogad: Aconsejoos que tomeis partido conmigo, no podeis hacer cosa mejor; no es tan malo el oficio, y un dia podeis llegar á ser lo que yo soy. ¿Se puede saber, respondió Zádig, desde quando exercitais tan hidalga profesion? Desde niño, replicó el señor.