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Cuatro novelas aparecieron puntualmente cada año con regularidad de Almanaque, y en la Primavera de 1875 quedó terminada con La Batalla de los Arapiles la primera serie. Verdaderamente, la pintura de la guerra quedaba manca, incompleta y como descabalada si no se le ponía pareja en el cuadro de las alteraciones y trapisondas que a la campaña siguieron.

Traducción de Helen W. Lester. Chicago, A.C. Mac-Clurg and Company, 1892. Trafalgar. Traducción de Clara Bell. New-York, William S. Gottsberger, Publisher, 11, Murray Street, 1884. Zaragoza.. Traducción de Minna Carolina Smith. Boston, Little. Brown and Company, 1899. La batalla de los Arapiles. Traducción de Rollo Ogden. Filadelfia, J.B. Lippincot Company, 1895.

El nobilísimo río español llevaba aquella tarde bastante agua, y sus orillas, cubiertas de acacias y de otros árboles, no carecían de encanto ni de belleza..... De entre lo más espeso de aquella pintoresca fronda salía mansamente el arroyo Zurguén, que baja de las históricas alturas de Arapiles y penetra en el Tormes, después de haber regado el precioso valle cantado por Iglesias y por Meléndez Valdés.

Muchas cosas voy a contar. ¡Trafalgar, Bailén, Madrid, Zaragoza, Gerona, Arapiles!... De todo esto diré alguna cosa, si no os falta la paciencia. Mi relato no será tan bello como debiera, pero haré todo lo posible para que sea verdadero.

D.ª Teodora había cambiado de sitio ya varias veces: corriose hacia adelante, se fue después hacia un lado; todo inútilmente. Donde quiera que iba, sentía los pies de Osuna entre las enaguas. Y al sentirlos, una ola de rubor encendía sus frescas mejillas, se estremecía como una zagala de catorce años. En ninguna mujer se conservó nunca más delicado y vidrioso el pudor virginal. Algunas conversaciones, hoy corrientes, la ofendían: no se podía aludir en su presencia ni directa ni indirectamente a ciertos asuntos escabrosos. No decía nada, porque era la prudencia personificada y de tímido natural; pero se la veía ruborizada, inquieta, con ganas de retirarse. Tan limpia y tan pulcra era de cuerpo como de alma. Le gustaba vestir con elegancia y cuidaba con refinamientos, no usados en Peñascosa, de su persona. Los que la conocieron de niña, decían que no había sido bonita, sino pasable, y que ahora, con sus cabellos blancos, sus carnes frescas y mejillas sonrosadas, estaba más guapa que nunca, ¿Por qué se había quedado soltera D.ª Teodora, poseyendo una figura agradable y un regular caudal? Se decía que sostuvo amores muy finos y románticos con un teniente de Arapiles que pereció en la acción de Ramales. La víspera de la batalla se había despedido de ella, por medio de una carta escrita sobre un tambor: el corazón le decía que al día siguiente «una bala traidora cortaría el hilo de su existencia, pero que moriría con el nombre de Teodora en los labios

Y ¡qué escenas localiza en aquel sitio la imaginación! ¡Qué fondo aquel para un lienzo que representase el célebre motín en favor de los Comuneros, ó las sangrientas riñas á que dió ocasión D.ª María la Brava, ó una de aquellas temerarias revueltas contra los Franceses, coronadas luego de gloria por la batalla de Arapiles!

La Corte de Carlos IV; 120 grabados, 13 pesetas. Tomo II. El 19 de Marzo y el 2 de Mayo. Bailén; 125 grabados, 14 pesetas. Tomo III. Napoleón en Chamartín. Zaragoza; 125 grabados, 14 pesetas. Tomo IV. Gerona Cádiz; 130 grabados, 14 pesetas. Tomo V. Juan Martín el Empecinado. La batalla de los Arapiles; 14 pesetas. Tomo VI. El equipaje del Rey José. Memorias de un cortesano; 13 pesetas.