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Debajo de aquella frente alta y pura de estatua helénica batallaban la duda, el temor, la esperanza, el despecho. Escrutó con ansia su pasado, recordó algunas insinuaciones malévolas, bastantes palabras sueltas, muchas sonrisas que á ella le indignaban más aún que las palabras. ¡Virgen María! ¿sería cierto aquello?

Y todo aquello que vieres que en este caso es digno de saberse, de preguntarse y satisfacerse, sin que añadas o mientas por darme gusto, ni menos te acortes por no quitármele. -Señor -respondió Sancho-, si va a decir la verdad, la carta no me la trasladó nadie, porque yo no llevé carta alguna.

Aquello no había sido mas que una crisis propia de su estado: tal vez habría cogido frío. Había que cuidarse, que el tiempo era muy perro. Al quedar solos los jóvenes, Isidro habló a la enferma del miedo que había sentido. Creía que ibas a morir, que te perdía en un instante. Y añadía con sencillez, temblando aún su voz con el recuerdo de la pasada emoción: ¡Ay, Feli! ¡No mueras, mi alma!

Panderetas de las más abigarradas, abanicos y algunos cuadritos fueron llegando sucesivamente en todo el transcurso del día, y D. Manuel escogía y pagaba. Aquello le entretuvo agradablemente, y se reía pensando en la felicidad que iba a repartir entre sus amistades londonenses. «Esta suerte de picas con el caballo pisándose las tripas está pintiparada para las de Simpson, que son tan marimachos.

Como el cuarto era principal, desde aquel sitio se vería muy bien pasar gente en caso de que la gente quisiese pasar por allí. Pero la calle de Raimundo Lulio y la de Don Juan de Austria, que hace ángulo con ella, son de muy poco tránsito. Parece aquello un pueblo.

A Tristán no le parecía, sin embargo, bastante todo aquello: recordaba las revistas dedicadas a los estrenos de Estévanez, las comparaba con las de su obra y éstas se le antojaban bien frías. Pero al tomar en manos El Universal y leer la revista del famoso crítico Leporello la ira le hizo empalidecer. Era un artículo desdeñoso, irónico, todo él traspirando amargura y malevolencia.

Sobre estos objetos se ejerce la voluntad libre de Dios; y al decirse que no tiene necesidad de hacer esto ó aquello, no se niega nada, antes se afirma una perfeccion: esto es, la facultad de querer ó no querer, ó querer de este modo ó de otro, objetos que por su naturaleza finita no pueden ligar la voluntad infinita.

Nada de notable había en ella, lector, en cuanto á la calidad, que merezca participársete, pero preciso es que sepas que en cuanto á la cantidad..., ¡aquello tenía que ver!

Eso es; así me gusta: súbeme todo lo que puedas. Mira, allí a lo lejos se alcanza a ver una casa que ha de ser muy grande: ¿ves cómo brilla a los rayos del sol, cual si fuese de plata, y a su lado hay otra y otra, muchas, muchísimas casas? Sin duda aquello es lo que llaman una ciudad. Eso, eso es lo que yo deseo ver. Gracias a Dios que encuentro lo que me gusta.

Mas quiero ver a Londres, sus inmensas calles, sus muelles que no tienen fin, sus parques... Aquello que es grandeza. Te diré... Luego haría una excursión por Escocia, ¡donde hay unos lagos preciosos y unas montañas...! Por allí andan las ladys visitando grutas, escudriñando ruinas y pintando paisajes.