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Estas amistades de influencia, siempre perjudicial á la recta administracion de justicia, son en Manila un efecto casi necesario de la corta poblacion española , de la falta de todo recreo ó distraccion pública, y de que con la laxitud del clíma, y de las costumbres y halagos del pais, se entra en una vida regalona y blanda, y se pierde aquella entereza y enerjía de las costumbres europeas á los pocos años de residencia en las Islas.

Ana, burlando los decretos del médico, probó en los primeros días de aquella segunda convalecencia a leer en el libro querido: iba a él como un niño a una golosina. Pero no podía.

Algunos lamentos de aquella voz siniestra, llegándose al rincón del Niño Jesús, le henchían la túnica, deshilachada y sin aliño, y le hacían balancearse sobre la rústica peana como en un pánico acunamiento de terremoto.

El joven, que esperaba oír de labios del doctor los más acerbos reproches, quedó confundido por su triste magnanimidad. Habría preferido que le maldijese a verse tratado con aquella sombría benevolencia.

Así como a los delicados de la vista la claridad les hace arrugar los párpados, a don Fermín le hacía sonreír; parecía aquella sonrisa con que siempre le veía el público, un efecto extraño de la luz en los músculos de su rostro. Pero esto no engañaba a los que le conocían bien los más muy a su costa . El primero que se atrevió a acercarse fue el Deán que llegaba entonces al paseo.

«Don Fermín padecía», pensaba el pobre don Francisco y sin querer, con gran remordimiento, él se alegraba un poco, gozaba el placer de una venganza... «irracional... injusta... todo lo que se quiera... pero gozaba acordándose de su hija muerta». , don Fermín padecía. «Aquella necedad del tendero de enfrente era una complicación».

Entonces puse el pensamiento en aquella aspiración de justicia, ya escrita en los códigos, pero que aún es letra muerta en las costumbres. De ellas me inspiré, intentando contribuir a la pintura de esta época en que una letra de cambio, una obligación, un cheque, pesan en la balanza social más que cuanto representa, trabajo, ciencia, estudio y arte.

No sabía aún a qué local mudarse; pero probablemente sería al Suizo Viejo, donde iban Federico Ruiz y otros chicos atrozmente panteístas. De los antiguos cofrades sólo iban a Madrid D. Basilio, insufrible con su ministerialismo, Leopoldo Montes y el Pater. Pero este se marcharía aquella misma noche a Cuevas de Vera, su pueblo, a trabajar las elecciones de Villalonga.

No, hija, has acudido tarde... ¡Te he estado metiendo la indulgencia por los ojos, sin que la quisieras ver, y ahora que te ahogas, vienes a ...! ¡Ay!, no puedo, no puedo. Y sin decir más, se fue a la cocina, pensando que toda severidad era poco contra aquella mujer, y que convenía aterrorizarla, a ver si se sometía al fin de una manera absoluta. Pronto se hizo de noche.

El culpable se huyó del cazadero, y nadie le vió más aquella tarde. Cuando el magnate dió la vuelta a casa le dijeron que había llegado a ella el perro. Don Jaime, en quien todavía persistía la cólera, dijo al criado: Coge ese perro, sácalo al campo, y pégale un tiro. El servidor se inmutó.