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Llamábale alternativamente brutandor o parisiense; el primer mote, como la palabra misma indica, porque le tenía por el mayor majadero que comía pan; el segundo, porque era muy pulcro, aficionado a vestir a la moda y a llevar esencias en el pañuelo. Aquella vaya continua, aquel martilleo, parecíale muy pesado a Miguel.

Aquel año nuestras relaciones no fueron muy lejos: una o dos partidas de caza a las cuales me invitó el señor de Bray; algunas visitas recibidas y devueltas que me hicieron conocer mejor los caminos del castillo, pero no me abrieron las avenidas discretas de su amistad.

No, gracias. ¡Come! ¡no seas maula!... Acuérdate de aquel consejo: «donde vayas a comer, come mucho; si son tus amigos les darás placer; si son tus enemigos, les darás rabia».

Luego, como olvidando aquel pensamiento, prosiguió: Ciertamente Gonzalo es harto rendido. Cuanto más dura soy con él más parece desearme. Yo le quiero, le quiero de veras, Alvarez. En cambio Ramiro tan pronto se derrite como se enfada; hoy es arrope, mañana vinagre. Más orgulloso no lo hay.

Esta negra, durante los años que tuvo aquel comercio, fué su criada, su ama de gobierno, su dependiente y su concubina. De ella tuvo varios hijos. Cuando hubo ahorrado algunos miles de duros para restituirse a España, liquidó sus cuentas vendiendo la taberna, el mobiliario, la negra.... ¡y los hijos!

Gerif no logró alcanzar ni aquel suspiro de la libertad morisca, ni el terrible castigo que en los suyos se verificó, pues triste, pensativo y con el nombre de María en los labios, tardó poco tiempo en seguir a la luz de los ojos suyos. El soldado, perdido ya todo consuelo y dando al olvido su condición andariega y de aventuras, no pensó ni en más flotas, ni en más Indias, ni en más empresas.

Es de advertir que cuando en una casa viven varios europeos, los criados no dan el nombre de castila sino á aquel en quien reconocen más superioridad.

Burláronse los Boxos de su súplica, y le quitaron todo el susto, presentándole un cuchillo; y guiándolos el viejo, que bailaba de contento con aquel presente, fueron recibidos de los paisanos con gran benevolencia, á que correspondieron los neófitos dándoles algunas cosas de Europa, tenidas en poca estima entre nosotros, pero de ellos muy apreciadas.

La historia de Sancy es más antigua y novelesca. En el siglo XV, un suizo poseia este gran diamante, no se sabe cómo, y lo vendió por un escudo á Cárlos el Temerario. El tal hombre ignoraba seguramente que aquel pedacito de piedra encerraba una gran fortuna. De Cárlos el Temerario pasó á Nicolás de Harlay de Sancy, que lo empeñó á D. Antonio, rey de Portugal, en doscientos mil francos.

Su rubor provenía no sólo de mentir, sabiendo que Adriana estaba en la cazuela, sino también a causa de sus hombros y brazos desnudos; aquel año venía por primera vez a la platea del Colón y no podía sacarse la preocupación de que todo el teatro podía verla tan escotada. Ni se atrevía a mirar a Muñoz.