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19 Y los árboles que quedaren en su bosque, serán en número que un niño los pueda contar. 20 Y acontecerá en aquel tiempo, que los que hubieren quedado de Israel, y los que hubieren quedado de la casa de Jacob, nunca más estriben sobre el que los hirió; sino que se apoyarán sobre el SE

Aquel nombre había hecho dar un vuelco a mi corazón; era la patria del famoso Don Quijote de la Mancha; y aunque yo en mi calidad de poeta lírico he despreciado siempre a los novelistas por falta de ideal, todavía el nombre de Cervantes fascinaba mi espíritu por la gran fama de que goza en todo el universo.

Al principio no nos debieron oír; después vimos a la luz de la luna que el barco se acercaba a nosotros con las velas desplegadas. La gente de Ryp debió darse cuenta de nuestros gritos y comenzó a dispararnos. Smiles y yo nos echamos al agua y, nadando, llegamos a coger la goleta. Cuando yo me encontré sobre cubierta, prometí no volver a aquel maldito paraje.

Aquel sencillo ejemplo está probando que las fortalezas, las guarniciones, los buques de guerra, y todo lo que tiene el carácter de armado, no son sino perturbaciones flagrantes del orden social.

Pocos en aquel jolgorio gozaban tanto, sin embargo, como el capitán D. Félix, cúya era la casa ante la cual ardía la lumbrada. Bajo y menudo de cuerpo, facciones agraciadas, cabellos grises y ojos extremadamente vivos, podría juzgársele por hombre de cincuenta años, aunque pasaba bien de sesenta.

Es, sin duda, ingenuo aquel «libre por los principios y por propensión, mi estado natural es la libertad»; frase que sería una manifestación de la voluntariedad de su espíritu si tuviese sentido.

»¡Ah! ¡La fortuna y el crédito de Carlos, el misterio que le rodeaba, su secreto terrible del que dependía su libertad y su vida, todo estaba explicado, hasta su tristeza y sus remordimientos!... Afligida, aniquilada, y sin sentirme con valor ni aun para pensar ni para llorar siquiera, ignoré cuánto tiempo permanecí en aquel estado.

Quedose contemplando, sin saber por qué, la testa del toro, y el recuerdo más penoso de su vida profesional acudió a su memoria. Era una satisfacción de vencedor tener en su despacho, visible a todas horas, la cabeza de aquella mala bestia. ¡Lo que le había hecho sudar en la plaza de Zaragoza! Gallardo creía a aquel toro con tanto saber como una persona.

El buen señor desahogaba su cólera sonándose, sonándose fuerte y repetidamente, y aquel furioso trompeteo resonaba en la casa como las cornetas de un llamamiento militar.

El cronista de los Reyes Católicos Hernan Perez del Pulgar, refiriendo los desastres venidos sobre España con el establecimiento de la Inquisicion, dice lo siguiente: «Falláronse especialmente en Sevilla é Córdoba i en las cibdades i villas del Andalucia en aquel tiempo cuatro mil casas é mas, moraban muchos de los de aquel linaje: los cuales se absentaron de la tierra con sus mujeres é fijos.