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No le gustaba usar los nombres vulgares y poco exactos de las enfermedades, y empleaba los técnicos si le apuraban, no por ridícula pedantería, sino por salir con su gusto de no enterar a los profanos de lo que no importa que sepan, y en rigor no pueden saber. Ello fue que Anita creyó que se moría, y padeció aún más que en el tiempo del mayor peligro, cuando empezaron a decirle que estaba mejor.

Y los «chicos» devoraban la tostada bien cargadita de manteca, apuraban hasta la última gota del líquido negro y de la leche contenida en las cafeteras, y prendían fuego al cigarro de medio real, último y definitivo rasgo de generosidad.

Oía con atención las conversaciones que le sonaban a sabiduría; y sobre todo procuraba imponerse dando muchas voces y quedando siempre encima. Si los argumentos del contrario le apuraban un poco, sacaba lo que no puede llamarse el Cristo, porque era un rotin, y blandiéndolo gritaba: ¡Y conste que yo sostendré esto en todos los terrenos! ¡en todos los terrenos!

Si la apuraban un poco era capaz de pregonar su falta en Altavilla cuando hubiese más gente. El conde se sentía cada vez más desligado de esta mujer, que turbaba todas sus ideas morales, teológicas y sociales. Llegaba a inspirarle miedo.

No era pedante, pero cuando le apuraban un poco, cuando le contradecían, invocaba el sacrosanto nombre de la ciencia, como si llamase al comisario de policía. «La ciencia manda esto; la ciencia ordena lo otro». Y no se le había de replicar.

Imagino que hubiera tenido toda la vida a Gloria en casa sin inconveniente mejor que molestarse en buscar solución a aquel conflicto. Isabel se mortificaba viendo mi impaciencia; pero tampoco se atrevía a insistir mucho con su padre, por temor a uno de esos movimientos de feroz desdén con que zanjaba todas las dificultades cuando le apuraban.