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Pedí al ama que me hiciese una taza de tila... En cuanto quedamos solos, sin mediar palabra alguna se arrojó sobre , cubriéndome la cara de besos, apretándome con tal fuerza que pensé morir... Aturdida y horrorizada, lancé algunos gritos, pero él los sofocó poniéndome la mano en la boca... Luché con desesperación, y Dios me dio fuerzas para desprenderme de sus brazos y saltar de la cama... Pero apenas había puesto los pies en el suelo, me encontré otra vez sujeta y con la boca tapada... Forcejeamos un rato, pero aquella lucha no podía durar mucho tiempo... Al fin, perdí el sentido...

Cuando yo lo supe, figúrate cómo me pondría y qué de cosas le diría a ese mal aconsejado niño, porque, no tengas duda, le arrastran los amigotes, y Quilito había dado en la manía de hacerse un Creso de la noche a la mañana... ya ves si tenía yo razón y no era tan pesimista... Antes de decirte nada, intenté allegar recursos, empeñando cuanta antigualla de algún precio y chafalonía guardaba en el armario: hasta mi Virgen de Luján ha ido a casa del prendero; y no bastando esto, ¡qué había de bastar! me fuí a casa de misia Petronila a pedirle un préstamo sobre nuestra casita, y no ha querido... ¿qué hacer? el plazo es tan corto, que no da tiempo para nada; ¿hemos de consentir que un pagaré firmado por Aquiles Vargas vaya a manos de ese hombre? ¡no, por Dios!... he luchado con la idea, he luchado, pero no encuentro yo otra solución: Esteven nos ha robado nuestra fortuna, la que, por delicadeza y por orgullo, no hemos querido reivindicar ante los tribunales, fortuna que ha gozado y sigue gozando... pues bien, llega este caso, desgraciado, fatal, y yo, apretándome el corazón y pisoteando mi amor propio, voy a Gregoria, que dígase lo que se quiera, es nuestra hermana... con él no deseo nada, ni verle... voy a Gregoria y la digo: Mira, yo nunca te he pedido nada, nunca te he molestado en la posesión de lo que nos dejó nuestro padre, pero hoy me pasa esto: Quilito, el hijo de tu hermano y de la hermana de tu marido, que es Vargas y Esteven como y como tus propios hijos, debe esta cantidad, y la honra y quizá la vida le va en pagarla: préstame esa suma, Gregoria, y toma mi casa, lo único que poseemos, en garantía; ya ves que no vengo a pedirte nada, no vengo a que me des nada.

Leí en el rostro de Marta el deseo de no lastimar mi susceptibilidad. Entonces hasta mañana dijo en voz baja apretándome los dedos, y mañana verás la falta que nos haces, comprenderás que sería necesario que fuéramos locos, para dejarte partir nuevamente. ¿No es verdad, Roberto? ¡Seguro, con toda seguridad! dijo él soltando una carcajada que me pareció singularmente forzada.

Lord Gray, Dios le ha dado a usted todo y usted malgasta y arroja las riquezas de su alma haciéndose infortunado sin deber serlo. Amigo me dijo apretándome la mano tan fuertemente que creí me la deshacía soy muy desgraciado. Tenga usted lástima de . Si eso es desgracia, ¿qué nombre daremos a la horrenda agonía de una criatura, a quien usted acaba de precipitar en la mayor deshonra y vergüenza?

En aquel momento lo que me embargó fue un gran sentimiento de vergüenza, y recuerdo que exclamé apretándome contra el sacerdote que marchaba a mi lado: «¡Ah, por Dios, que no me vean, que no me veanHasta el instante de salir de la cárcel, no se me ocurrió que iba a hallarme frente a una muchedumbre de espectadores, y que algunos millares de ojos se irían a clavar sobre mi rostro con expresión de burla y desprecio.

Madrid puede decir lo que tenga por conveniente; pero yo no estoy en el caso de hacer el buzo, para dar un buen rato á las tertulias de Madrid.... Nada, nada, repetia, y apretándome más fuertemente, previno al hombre que subiera la máquina. Al notar mi mujer que el hombre tiraba de la cuerda, me cogió del brazo con resolucion, diciendo al ingeniero.

¡No! me repuso, la noche me gusta más... vámonos, tiemblo de que el sol me sorprenda en la calle y arrastrándome con fuerza, bajamos la escalera y me obligó a conducirla al toilette. Adiós... le dije estrechándole la mano. Adiós me replicó apretándome la mía en que quedaron impresos sus dedos finos y nerviosos. Al dar vuelta, me encontré con don Benito que acababa de abandonar a su compañera.

En aquel momento lo que me embargó fue un gran sentimiento de vergüenza, y recuerdo que exclamé apretándome contra el sacerdote que marchaba a mi lado: «¡Ah, por Dios, que no me vean, que no me veanHasta el instante de salir de la cárcel, no se me occurió que iba a hallarme frente a una muchedumbre de espectadores, y que algunos millares de ojos se irían a clavar sobre mi rostro con expresión de burla y desprecio.

Había vuelto a encontrar mi alegría y hablaba sin cesar, divertiéndome en imitar el modo y la voz de uno de nuestros invitados cuyos defectos exteriores me habían llamado la atención. Reina, eres muy mal educada decía Blanca. Habla así respondí, apretándome la nariz para imitar la voz de mi víctima.