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Conque basta de esta conversación, y a otra cosa... Quiero también que te lleves a tu cuarto estos papeles que estaba yo hojeando cuando entrastes aquí, para que te vayas enterando de ellos si no tienes cosa más divertida en qué entretenerte. Hizo apresurada y torpemente con todos los que estaban desparramados sobre la cómoda, un revoltijo lastimoso, y me los entregó así.

Las partidas de tropa veterana que se habian dejado ver por toda su jurisdiccion, habian llenado de respeto á los indios que habitan los pueblos, y ya empezaban á distinguirse algunas señales de sumision en sus vecinos, porque con apresurada diligencia venian á Tupiza los Gobernadores indios, á implorar el perdon, manifestando su mayor cuidado en acreditar no habia llegado el caso de sublevarse formalmente, lo que dió lugar al comandante, para substanciar las causas á los reos que tenia aprendidos, lo que se verificó militarmente, y justificados los delitos sufrieron el último suplicio 23 de los principales, y los restantes se condenaron á presidio y azotes: todo lo que se egecutó sin haber ocurrido la menor novedad, á pesar de las amenazas que se habian publicado en algunos papeles satíricos, que prometian atacar la villa para libertar los opresores.

La desconsolada Isabel apenas oyó desde su retrete los tristes cánticos del entierro, hizo que la dueña que la acompañaba, subiese con ella a la reja mas alta de la casa, para ver el funeral concurso: así que descubrió el féretro donde iban los últimos despojos de su malogrado amor, quedó pasmada por algunos momentos, y abandonándose luego a las irresistibles inspiraciones de su corazón, se despojó de todas sus galas vistiose con un mongil de bayeta, y despeinado el cabello, bajó a la calle muy apresurada, y confundiéndose entre las muchas mugeres que acompañaban el duelo, pudo seguir llena del mayor abatimiento: en el tránsito se reconvenía de haber sido la causa de la desgracia de Marcilla y ella misma se acusaba y condenaba, haciendo a la vez de fiscal, de juez y de reo.

La Maritornes entró toda apresurada y solícita con dos sillas de pino. ¿Qué quieren vuesas mercedes? dijo el hombre, que se había quitado la gorra. Vino, mucho vino dijo la Dorotea. Sólo tengo blanquillo de Yepes. Sea el que quiera. El hombre salió. No os conozco, Dorotea dijo Quevedo. Tampoco yo me conozco á misma. Mirad que el blanquillo de Yepes es muy predicador. No importa.

¿Estás aquí? preguntó Bringas después de aguardar un rato, durante el cual hubo de dudar si su esposa estaba presente o no. Aquí estoy... respondió Rosalía contestando apresurada . El panadero... hoy no he tomado más que tres libras... Pues yo juraría... ¿Será que todo lo veo trastornado? ¿Todavía estás con lo de la bata?... dijo Rosalía acercándose a él y haciéndole caricias...

Antiguos buques-correos, veloces carreristas de las olas, se veían descendidos á la vil servidumbre de barcos de transporte. Otros, negros y sucios, con pegotes de apresurada reparación y una chimenea tísica sobre su casco enorme, avanzaban tosiendo humo, escupiendo ceniza, jadeando con ruidos de hierro viejo.

Salióles al encuentro Orellana, y los detuvo, afeándoles en pocas palabras el deshonor de su vergonzosa y apresurada retirada, y reanimados con el ardor y eficacia de sus razones, volvieron sobre los enemigos, que ya cruzaban las primeras calles y en especial la que vulgarmente llaman de Puno, y las que la atraviesan.

Al punto que tiró, viendo en el suelo La flecha estar en alto levantada, Los indios levantaron hasta el cielo La voz, que es su costumbre muy usada: Ibitupue, ya libre de recelo, Con muy soberbia voz apresurada, "Perezca, dice, luego la memoria Del cristiano, y conózcase mi gloria."

Al cruzarse los grupos en su apresurada marcha, se saludaban, como si no se hubiesen visto en mucho tiempo. Cambiaban sonrisas y guiños, lo mismo que en el paseo de una ciudad. Todas las mesas del fumadero estaban ocupadas. Algunos grupos tenían ante ellos un pequeño mantel verde y paquetes de naipes. Ojeda, en una de sus vueltas, vio al señor Munster a la puerta del café.

Por la mañana había sentido la misma impresión de felicidad y confianza que Robledo ante la hermosura del día. ¡Daba gusto vivir!... Y de pronto el llamamiento por teléfono, la terrible noticia, la marcha apresurada al domicilio de Fontenoy, el cadáver del banquero tendido en la cama y arrebatado después por los que intervienen en esta clase de muertes para hacer su autopsia.