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Fortunata, después de mirarla con una emoción que doña Lupe no podría definir, volvió a apoyar la cara en la mejilla, y dando un gran suspiro, se acorazó dentro de aquel silencio lúgubre, que desesperaría a la misma paciencia. «¡Esto es para volverse loca!... expresó doña Lupe con un gesto iracundo . ¿Creerás , creerá usted que conmigo valen marrullerías? Sepa usted que...».

Le convenía a don Jaime tenerle a su lado: siempre serían dos para defenderse. Y para apoyar la urgencia de la petición, recordaba el enfado del siñó Pep, y la certeza de que éste iba a llevarlo a Ibiza a principios de la semana próxima, para encerrarle en el Seminario. ¿Qué haría el señor cuando se viese privado del más fiel de sus amigos?...

Hasta los actos más ordinarios y comunes resultan incoherentes cuando se les estudia de cerca. Era inútil, pues, exigir lógica en los sucesos extraordinarios de nuestra vida. La vieja, después de apoyar un dedo en el timbre de la verja, examinó su vestido de seda negra. Databa de los tiempos de su pobre hija.

También hay que escalar paredes de rocas, cuyas salientes apenas tienen la anchura suficiente para apoyar en ellas el pie, y están cubiertas por una capa de escarcha que parece palpitar bajo el agua glacial que corre por encima. Pero tales son el valor y la tranquilidad del espíritu, que ni un músculo se permite un movimiento falso, y todos armonizan sus esfuerzos para evitar el peligro.

Ricardo había pasado un brazo en torno de la cintura de la niña y la tenía sujeta suavemente para defenderla de cualquier peligro. Al cabo de mucho tiempo, Marta volvió su rostro encendido hacia él y le dijo con voz conmovida: Dime, ¿me dejas apoyar la cabeza en tu pecho? ¡Tengo unas ganas de llorar! Ricardo la miró con sorpresa y atrayéndola dulcemente hacia la acostó sobre su regazo.

El pueblo había recogido la corona arrojada en un rincón del Palacio y se la había puesto sobre sus sienes duras. ¡Bien, bien, bien! Y se aplaudió a misma, se palmoteó con esas manos inmateriales, que para apoyar sus discursos tiene el corazón. ¡Pleito! Esta palabra, anunciadora de una gran idea, se le quedó fija en la mente desde entonces, como grabada en fuego.

Durante este periodo, Barbacana se hacía el muerto, limitándose a apoyar débilmente, como por compromiso, al candidato propuesto por la Junta carlista orensana, y recomendado por el Arcipreste de Loiro y los curas más activos, como el de Boán, el de Naya, el de Ulloa. Bien se dejaba comprender que Barbacana no tenía fe en el éxito.

Para alcanzar dentro de pocos años una posición brillante y mandar como jefe en este distrito y acaso en la provincia, no tiene más que hablar con prudencia, alternar con las personas sensatas del pueblo, cumplir con los preceptos de la Iglesia y dejarse estar... dejarse estar... Lo demás corre de nuestra cuenta... Los curas valemos poco... es verdad... pero todavía... todavía... todavía... Hoy por hoy, lo que le conviene es apoyar con decisión la candidatura del señor conde de Trevia... Hará usted un gran favor á la buena causa y adquirirá la consideración de todos los hombres sensatos.

Hízolo con el tino y delicadeza que acostumbraba; pero al apoyar en su rodilla la planta de su marido para mejor poder colocar la compresa y ceñir las tiras de goma elástica a la articulación, no sonreía como las demás veces.

Esto, ... Maximiliano maltratado... entrando en casa tan tarde y con esos modos de traidora de melodrama. Fortunata, después de mirar de hito en hito a doña Lupe por espacio como de un minuto, volvió a apoyar la mejilla en el puño sin decir una palabra. «Pues me he enterado... Me gusta...». Y fue a la alcoba, porque se oyó la voz de Maxi llamando. Poco después se le sintió vomitar.