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Antes de marcharse, el francés busca a Apolonio; pero no le halla, y se va sin despedirse de él. Apolonio también ha recibido un telegrama. Luego de leerlo, había dicho a los demás asilados: Señores: soy un sátrapa; tengo ya más riquezas que el preste Juan de las Indias, Creso y Montezuma juntos. Os prometo erigir un palacio donde viváis y llevéis cada cual la vida que os apetezca.

Se dirá, ¿qué sentimiento vengativo cabe que los pobres humanos inspiren a los dioses majestuosos? Pues ; les inspiran el sentimiento más vengativo, el de la envidia. Belarmino era remendón de portal. Apolonio poseía un establecimiento lujoso y cobraba por par de botas hasta cinco duros, precio exorbitante por entonces en Pilares. Esto no obstante, Apolonio se hubiera cambiado por Belarmino.

En aquellas comidas subrepticias y ociosas sobremesas, mi amigo don Guillén me fué contando a retazos su historia, la de Angustias Pinto y la de los padres de ella y él, Belarmino y Apolonio. Después, por mi cuenta, hice averiguaciones tan importantes, que la historia de Caramanzanita y la Pinta pasan a segundo término.

Ya se mueven las filas torpemente, con bastoneo, carraspeos y arrastrar de pies. Belarmino va andando, como siempre: con la cabeza baja, sonriente y ensimismado en su mundo interior. Apolonio, como siempre, ya desde su juventud, anda híspido, enhiesto el cráneo, con lentitud y prestancia pontificales.

Apolonio, que ya le conocía y le estaba espiando desde dentro de la tienda, se sintió, por misteriosa manera, humillado. Ahito y ebrio con el éxito, ¿qué le importaba a él la expresión hipócrita y maligna del ya desbaratado rival?

Belarmino se mantiene con los brazos en cruz: pero ahora no mira al firmamento, sino a Apolonio. Apolonio vacila un segundo, nada más que un segundo. Una fuerza ineluctable, una exigencia del destino le lleva, también con los brazos abiertos, la botella en la mano, y en alto, agresivo, hacia Belarmino. Belarmino se adelanta a su encuentro.

Parece un sueño. El tetraedro es un sueño. Sólo es verdad el amor, el bien, la amistad. Dentro de la casa, los asilados, en fila, están aguardando que lleguen Apolonio y Belarmino, a fin de ponerse al punto en marcha hacia el comedor y los pasteles. ¿Por dónde andarán esos chiflados? pregunta la hermana de los Dolores. Y sale en busca de ellos.

Apolonio comenzaba a engolfarse en el negro ponto de las empresas mercantiles. Cierto que iba viento en popa; pero Belarmino, viendo navegar la nave de su afortunado rival, pensaba, con sentimiento lastimoso: «¿Cuánto durará la bonanza? Un guiño de ojos. Te embestirán las tormentas. Te veré vacilar y bailar sobre las olas, como un cojo sin muletas.

Y así, Apolonio veía en sus gallos la incorporación de algo necesario y deficiente en su propia personalidad; eran encarnación de su personalidad frustrada, porque el dramaturgo es el hombre de acción frustrado. De aquí que Apolonio asistiese sin enojo, antes con orgullo, y aun con satisfacción íntima, al vencimiento de sus gallos.

Federico de Urbino se hubiera cubierto de rubor y vergüenza si poseyese un libro tan feo como ésteCuando Apolonio vió el primer par de calzado yanqui, exclamó: «Esta es invención de salvajes. Prefiero la alpargata, que al menos está hecha a mano.