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Guillermina estaba pasmada y no se le ocurría nada que oponer a aquellas razones. Expresábase él con admirable serenidad y con fácil y aun ingeniosa palabra, sin atropellarse ni vacilar un instante, las facciones reposadas, todo cortesía y aplomo.

¡Ta, ta, ta! dijo con el aplomo más admirable Cristóbal Cuero; ¡que vuestra mujer, que esta santa os ha robado! ¡lo que ha hecho es lo que no hubiera hecho ninguna mujer! Créolo bien, porque ninguna mujer hubiera cometido contra tan negra infamia. ¿Llamáis infamia poner á salvo vuestro dinero? ¡Cómo! ¡que mi dinero está en salvo! ¿y dónde? Casa del señor Gabriel Cornejo.

¡Id a ocupar vuestros puestos! dijo Juan Claudio con voz seca a cuantos se hallaban presentes ; que todo el mundo esté preparado para el ataque que se aproxima. ¡Materne, mucho cuidado! El cazador bajó la cabeza. Mientras tanto, Marcos Divès había recobrado su aplomo.

Hállabase don Pedro en sus glorias. Al resolverse a emprender el viaje, receló que las primas fuesen algunas señoritas muy cumplimenteras y espetadas, cosa que a él le pondría en un brete, por serle extrañas las fórmulas del trato ceremonioso con damas de calidad, clase de perdices blancas que nunca había cazado; mas aquel recibimiento franco le devolvió al punto su aplomo.

Poseía dicen sus contemporáneos, una habilidad extraordinaria para disfrazarse; los trajes varoniles, especialmente, vestíalos á maravilla, y movíase dentro de ellos con tanto aplomo y desenvoltura, que el sexo desaparecía por completo en aquella mujer, tan mujer y tan linda.

Cerca de la caída está la cocina, y en ella nos enseñan á un grave y respetable señor, de camisa por fuera, armado de unos tremendos anteojos, cuyo varillaje difícilmente encuentra apoyo en una cosa que quiere ser narices. Aquel personaje, es el mediquillo; se encuentra rodeado de una porción de cachivaches, dando órdenes y disposiciones con un gran aplomo.

Ambos hablaban y reían con un aplomo de buen gusto, pero que no por eso dejó de atacar los nervios un poco irritables del señor de Candore, el cual arrojó el cigarro medio fumado y bajó rápidamente al encuentro de su prima. Blanca se disponía a volver a la quinta con las facciones animadas por el ardor del juego, mientras la sangre corría más viva bajo su piel transparente y nacarada.

¿Conque no es verdad, embusterillo? dijo ésta con cómica indignación. ¿Conque niega usted que desde que nos vimos en la ermita, su paseo de todas las tardes son estos alrededores? ¡Dios mío! ¡qué monstruo de falsedad es este chico! ¡con qué aplomo miente! Y Rafael, vencido por aquella alegría franca, acabó riéndose, confesando con una carcajada su delito.

Al contrario, cuantos más esfuerzos hacía para adquirir aplomo y desembarazo delante de ella, mejor se mostraba la emoción que le embargaba. Al principio la hablaba con cierta serenidad, se autorizaba alguna bromita o frase ingeniosa; después esta serenidad se fué perdiendo, las bromas cesaron. No se podía acercar a ella sin turbarse, no podía darle la mano sin un leve temblor.

Mi opinión era que le mandase a usted la cuerda con que merece ser ahorcado, pero él se empeñó en darle un salvo-conducto hasta la frontera y quinientos mil pesos. Pues entre las dos ofertas prefiero la de usted, señor mío. ¿Es decir que rehusa usted la del Duque? Desde luego. Así se lo dije a Su Alteza. Y el bribón que había recobrado todo su aplomo, me dirigió la más alegre de sus sonrisas.