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Yo quiero puntualizar: Digamos a las cinco. ¿A las cinco? Muy bien. A las cinco... Es decir, de cinco a cinco y media... Uno no es un tren, ¡qué diablo! Supóngase usted que me rompo una pierna... Pues citémonos para las cinco y media propongo yo. Entonces, a mi amigo se le ocurre una idea genial. ¿Por qué no citarnos a la hora del aperitivo? sugiere.

Aquella tarde habían tomado el aperitivo con un amigo francés que partía á la mañana siguiente para incorporarse á su regimiento. La muchacha lo había visto algunas veces con él, sin que le mereciese especial atención; pero ahora lo admiró de pronto, como si fuese otro. Había renunciado á volver esta noche á la casa de sus padres: quería ver cómo empieza una guerra.

El ruido que hizo la tapa al descender, el gemido armonioso del cuero, parecióle una voz irónica que le respondía: «Por eso, por eso mismo». «¡Será posible! murmuró el bueno del capellán . ¡Será posible que la abyección, que la indignidad, que la inmundicia misma del pecado atraiga, estimule, sea un aperitivo, como las guindillas rabiosas, para el paladar estragado de los esclavos del vicio!

Venga ese stock a la industria, y hablaremos. A esta clase de argumentos se añadían, por vía de adorno, aperitivo y complemento, otros de carácter general; v. gr.: lo atrasada que estaba España, a pesar de la riqueza del suelo y el subsuelo; en concepto de Körner, tenían la culpa la Inquisición y los Borbones, y después el mal ejercicio del régimen constitucional, que ya de por no era bueno.

Antes de servir la comida puso sobre la mesa, á guisa de aperitivo, una botella ventruda de vino del país, un néctar de las laderas del Vesubio, con un lejano sabor de azufre. Freya tenía sed y le inspiraba recelo el agua de esta trattoria.

Casos hay en los que se debe recurrir á la tercera y sesta atenuacion, á la dósis de algunos glóbulos ó gotas en agua. § I. Historia. La estrella de mar es un zoófito del género de los equinodermos pedunculados. Este medicamento se ha administrado en otro tiempo como aperitivo y antiepiléptico. Para usarle en este último concepto, se le quemaba y se hacia respirar el humo á los enfermos.

Hay una nueva discusión para fijar en términos de reloj la hora del aperitivo. Por último, quedamos en reunirnos de siete a ocho. Al día siguiente dan las ocho, y claro está, mi amigo no comparece. Llega a las ocho y media echando el bofe, y el camarero le dice que yo me he marchado.

Maltrana, recordando las afirmaciones de otros tiempos, repetía a su novia que la vida es alegre, que la vida tiene un sentido helénico, que el dolor, que parece interminable, no es mas que un accidente pasajero, el aperitivo de la felicidad, tras el cual se atraca uno mejor de las dichas de la existencia.

Imperaba en él todavía la reserva de los primeros momentos: la gente comía con moderación y delicadeza, los camareros y mozos de servicio andaban discretamente sin taconear, las cucharas producían leve música al tropezar con los platos, la virginidad del mantel alegraba los ojos, y el vaho aperitivo de la sopa no desterraba del todo las fragantes emanaciones de las rosas y claveles de los floreros.

El tío se divertía, como hay Dios, oyendo a la sobrina cantar con su carita de Pascua estas atrocidades de la melancolía. «Vorrei moriré!», repetía la muchacha con acento de desesperación, saltando su voz sobre los trémolos del piano. ¡Vaya un aperitivo para antes de la comida! Doña Manuela hablaba a la criada distraídamente, oyendo aquella música que nunca podía comprender.