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El duque, no encontrando ya persuasión ni insistencia que bastasen para ablandar á aquella roca, apeló al oro, y corrompió, enriqueciéndola, á la servidumbre particular de la duquesa. Esta oyó una noche rechinar levemente una puerta.

El obispo Mardones mandó publicar un edicto prohibiendo que se celebrasen juntas para tratar y discutir esta materia; pero no agradó al cabildo el silencio de la opinion pia, y así apeló del mandamiento del obispo para ante S. S. y su Santa Sede.

Siguióle en el uso de la palabra el padre Ortega, que con el acento persuasivo y untuoso que le caracterizaba, después de darles, lo mismo al duque que a sus hijos un buen jabón de elogios disparatados para ponerlos suaves, apeló a sus sentimientos cristianos, les hizo presente el mal ejemplo que darían, les pintó las dulzuras del cariño y del sacrificio mutuo y concluyó prometiéndoles la gloria eterna.

Dejando a su madre lamentarse inútilmente o mecerse en peligrosas quimeras, puso sin tardar manos a la obra, apeló a sus relaciones, multiplicó los pasos, pidió poco para obtener algo, y, después de tribulaciones, decepciones y penas que hubieran desanimado a un alma menos valiente, fue nombrada para ese humilde puesto objeto de su ambición. ¡Era la salvación!

Cuando don Andrés la perseguía, Juanita se fugaba por los corredores. Don Andrés cesaba en su persecución para evitar que le viesen. Deplorando lo poco o nada que adelantaba en la campaña en que se había empeñado, y no queriendo ser otro Fabio Cunctator, apeló a más eficaz estrategia y se apercibió para emboscadas y asaltos.

Ella apeló entonces a las lágrimas, último recurso femenil; y Fernando, para distraerla, comenzó a ensalzar la belleza del paisaje. Interrumpía sus desesperadas reflexiones con llamamientos para que fijase los ojos en la tupida arboleda y la maravillosa vista de la bahía. El remedio fue eficaz. ¡No me quieres, me has engañado! gemía Nélida . Me dejas ir al encuentro de mi hermano.

Se veía cogido por una mujer justamente ofendida y enamorada, y no sabía cómo escapar de sus manos. Apeló, pues, á la fascinación del amor. Pero la condesa estaba ya escarmentada; no le creía, y el asunto iba haciéndose negro para Quevedo. Todo su ingenio se estrellaba contra el recelo de la condesa.

Tratando de dar cumplimiento a una real orden sobre desamortización de bienes eclesiásticos, tropezó Avilés con serias resistencias, que el prudente virrey calmó dando largas al asunto y enviando consultas y memoriales a la corona. No fué ésta la primera vez en que el virrey apeló al expediente de dar tiempo al tiempo para libertarse de compromisos.

Empezó entonces la discordia entre el cabildo y el prelado: el cabildo apeló á Toledo; durante la apelacion interpuesta no se observaba el entredicho, y esto hizo temer á algunos prebendados que impetrándoles en Roma las prebendas, se movieran muchos y costosos pleitos, y así determinaron que si alguno fuese molestado por esta razon, todos le amparasen y defendiesen en los tribunales contribuyendo á las costas que se causáran.

Además, si para apoyar la verdad de la sensacion apelo á los principios del raciocinio, ya salgo del terreno de las sensaciones, ya no pongo en estas la verdad primitiva orígen de las otras, no cumplo lo que habia ofrecido. Es preciso no perder ocasion de indemnizar á la filosofía de los perjuicios que le irrogara un sistema tan vanidoso como estéril.