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Eulalia, arrodillada ante su lecho, bañaba las manos del moribundo con sus lágrimas, y una lámpara, a punto de apagarse, arrojaba una tenue claridad sobre aquella escena de dolor.

Por encima del resplandor rojizo de la plaza abarcaba la vista una gran extensión de espacio, un cielo de verano, obscuro, límpido y profundo, matizado por el polvo brillante de las estrellas. Cuando cesó la música y comenzaron a apagarse las luces, los habitantes de la catedral sintieron cierta pereza en abandonar sus asientos. Estaban bien allí.

García de Palacio recomendaba para cuando se desconcertasen y fuere menester entrar en el arca de la sentina, meter antes una linterna con vela encendida, y si estuviese dentro buen rato sin apagarse, se podía entrar seguramente; en otro caso, entendiendo que había dentro aire corrupto que podría matar, debía echarse vinagre en cantidad, orines y agua fría para que la mundificaran y quitaran el daño y pestilencia que suele tener.

Y el mágico lanzó lentamente un grito, primero plañidero, luego enérgico, mezcla de sonidos agudos como imprecaciones, y de notas roncas como amenazas que pusieron de punta los cabellos de Ben Zayb. ¡Deremof! dijo el americano. Las cortinas en torno del salon se agitaron, las lámparas amenazaron apagarse, la mesa crugió. Un gemido debil contestó desde el interior de la caja.

Su equivocación nació de haberlos visto en diciembre cuando estaban descansando. Dieron la vuelta para la villa, y el suceso produjo en ella la risa que debe suponerse. Quedó al cabo arruinado. Vióse obligado a vivir miserablemente. Pero, lejos de apagarse en su espíritu el furor de las empresas, encendióse en la pobreza con más ímpetu.

Los cerrojos estaban echados y las mechas del velón crepitaban en ese momento, amenazando apagarse. No había, tampoco, un solo libro sobre la mesa, y él había olvidado su breviario.

El muchacho se creía bien indemnizado recibiéndolas; lejos de apagarse el fuego de su pecho, creció y se sobresaltó hasta lo sumo. Era una pasión encarnizada, furiosa, bestial, como sólo existen en esa edad en que los sentidos amanecen.

Simoun se había quitado las gafas azules, sus cabellos blancos como un marco de plata rodeaban su enérgico semblante bronzeado, alumbrado vagamente por una lámpara, cuya luz amenazaba apagarse por falta de petróleo. Simoun, preocupado al parecer por un pensamiento, no se apercibía de que poco á poco la lámpara agonizaba y venía la oscuridad.

Alguna vez al apagarse el dia Oirás sonar mi fúnebre laud, Y arrodillado ante tu fosa fria, Decir al polvo del dolor ¡Salud! ¡Nunca te turbe el grito del hermano Que cae herido del furor tenaz, Y al abatir sobre esta cruz mi mano Puedas, poeta, dormitar en paz!

Luciana dije muy bajo, ¿es verdad que ha ido usted sola a buscar a Lautrec a su casa de la calle de Jena? Mi prometida se puso tan pálida, que hasta los labios resultaron descoloridos; y al mismo tiempo una horrible sensación de frío corría por mis venas, mis dientes crujían y me parecía que el sol acababa de apagarse. Le juro a usted que nunca he visto a Gerardo Lautrec en su casa.