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Raquel, que solía tener pesadillas penosas, lloraba ahogada por la angustia; pero cuando Adriana se abrazó a ella y consiguió despertarla, por largo rato no pudo substraerse al terror de su sueño. La agitaban ligeros sollozos, y los hermosos ojos empañados por el llanto, miraban sin comprender. Adriana le acariciaba los cabellos, y murmurando palabras de cariño, procuraba apaciguarla.

Y como si presintiese lo que pensaba su mujer y quisiera apaciguarla de antemano, lanzaba a la obesa señora una mirada de ternura, como un hombre honrado y de costumbres intachables recordando su tranquila luna de miel. Doña Manuela estaba admirada. Decididamente, la tal Clarita había cambiado a aquel hombre. Era un tuno.

El Gerif, a cuyo desplacer tuvo principio tan grande revuelta, y que por más demostraciones que hizo no pudo apaciguarla, quiso interponer su respeto para excusar de la prisión a su sobrino; pero todo fué en balde, pues las sospechas de que andaban en tratos de rebelión, y apellidarle Príncipe durante la refriega, eran capítulos de no fácil enmienda.

Y ya sabe usted que Luciana tiene poca paciencia... De esto nacen violencias penosas y temo que resulte un poco de frialdad entre la Marquesa y nosotras. Véala usted, querida amiga, y trate de disponerla mejor en favor del retrato... Y si Luciana le habla a usted de sus dificultades, procure apaciguarla. No me hablará, querida señora. Tengo yo muy poca importancia para que se confíe a .

Casi o sin casi, me creí en la ineludible obligación de apaciguarla para descargo de mi conciencia. En fin, y sin más preámbulos, en una tarde de invierno, a las cinco, hora en que suele tomarse el , cité al Barón, como recientemente te tengo citado a ti, para que viniese a tomarle conmigo a solas. Mis jaquecas un tanto cuanto imaginarias han persistido siempre.

Estas palabras fueron las que promovieron la algazara dicha. Ni los hujieres con sus voces, ni el presidente con la campanilla pudieron apaciguarla en algún tiempo. Por último, aquél logró hacerse oír. Amenazó con hacer desalojar el local inmediatamente, y esto bastó para restablecer el silencio. Después se revolvió contra el testigo.

No pudiendo llevar á cabo tan inhumano proyecto, dejaba caer sobre la cabeza, con guitarra y todo, del sin ventura Celso las más tremendas maldiciones de su repertorio, que era muy variado. Con pena lograron Goro, Felicia y Nolo apaciguarla un poco.