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Y no sabemos cuánto tiempo hubiera esperado, si el mar, los vientos y los ingleses, no hubieran vencido á la Invencible; si por esto, doña Juana, que era del cuarto de la infanta doña Catalina, no hubiera ido á dar á su señora la nueva del fracaso, y no se hubiera encontrado sola en una galería obscura, con un hombre que tuvo buen cuidado de matar la luz antes de que pudiera reconocerle.

La Estrella de Sevilla es una tragedia de sorprendente belleza y de composición vigorosa que, por su clara pintura de los caracteres, por sus situaciones patéticas y conmovedoras, va aumentando el interés dramático hasta la catástrofe; ha sido arreglada después por Trigueros, que la ha alterado en su esencia, representándose de nuevo, y habiendo llegado al teatro alemán con esta forma. La acción, en la original, hoy muy rara, es la siguiente: El rey D. Sancho, que reside en Sevilla hace poco tiempo, habla con su favorito Arias de las beldades que, desde su llegada á Sevilla, ha visto en ella, y especialmente de la más encantadora de todas, de Estrella, hermana de Bustos Tavera. Arias atrae á Bustos, que se humilla en presencia del Rey, y es nombrado por él alcalde de Sevilla, cargo que acepta, aunque protestando traspasarlo á otro más digno. El Rey alaba los nobles sentimientos de Bustos, y le pregunta por su familia, indicándole que case á su hermana. Después vemos á Estrella que entabla un triste diálogo con su amante Sancho Ortiz. Bustos entra, ruega á su hermana que se retire, y cuenta á Sancho el proyecto del Rey de casar á Estrella, prometiéndole hablar en su favor. A poco se presenta Arias, que viene de parte de D. Sancho; Estrella se aleja silenciosa y con orgullo; pero soborna á una esclava, que le promete introducir de noche al Rey en el dormitorio de Estrella. Llega la noche, y el Rey penetra en la casa de Estrella por mediación de la desleal esclava. Tavera viene también, se admira de la oscuridad que reina en su casa, oye hablar al Rey con su esclava, y desenvaina su espada. El Rey se descubre para salvarse; Tavera expresa su indignación contra tan villana conducta, y deja huir al Rey, dando muerte á la esclava. El Rey, de vuelta en su palacio, cuenta á Arias lo ocurrido, y maquina vengarse. Arias, atendiendo á lo desfavorable de las circunstancias y á la consideración de que disfruta Tavera, proyecta quitar á éste la vida ocultamente, valiéndose de la bravura y reconocida lealtad de Sancho Ortiz. El Rey aprueba el consejo, manda llamar á Sancho, y le ordena que, sin pérdida de tiempo, desafíe y mate al caballero cuyo nombre está escrito en una hoja de papel sellado, que le entrega. Sancho queda solo y abre el papel misterioso. Violenta y desesperadora es la lucha que se traba en su pecho, porque el caballero, cuya muerte pide el Rey, es á un tiempo su amigo y el hermano de su amada. Pero la obediencia á las órdenes de su soberano es el primero de los deberes de sus súbditos, y Sancho, casi privado de la razón, se decide á cumplirlas. La escena del desafío y del combate es notabilísima por su verdad, animación, y por el efecto que hace en el lector. La escena siguiente nos ofrece á Estrella, que aguarda inquieta á su Sancho; pide un espejo para engalanarse antes de recibir á su amante; pero el espejo se rompe, y la sortija de Sancho, que lleva en su dedo, salta en mil pedazos, lo cual es de funesto agüero para ella. Tráenle entonces el cadáver de su hermano, y al mismo tiempo, la noticia de quién ha sido el matador. Expresa su dolor en breves, aunque desgarradoras exclamaciones, y desea morir para dejar de padecer. El Rey sabe lo ocurrido, y da sus instrucciones para salvar á Sancho Ortiz. Preséntase Estrella, acusa al matador de su hermano, y pide que se le entregue para expiar su delito; el Rey entonces, después de proferir algunas frases de sorpresa, le da la llave de la prisión del delincuente. Entremos también en ella. Sancho rechaza los medios de salvarse, que le ofrece Arias en nombre del Rey. Preséntase una mujer velada para libertar al preso: es Estrella; escena patética de la entrevista de los dos amantes, que se encuentran tan trocados; pero ni Sancho se arrepiente de la acción, que se le ordenó como súbdito del Rey, ni Estrella se atreve á censurarla: admira la magnanimidad de su amante, que renuncia á salvarse, pudiendo hacerlo, para morir en el cadalso, y se retira decidida á esperar la muerte. El Rey se arrepiente profundamente, mientras tanto, de su conducta, y ordena que Sancho sea llevado á escondidas á su palacio; al mismo tiempo trabaja para que los alcaldes pronuncien una sentencia benigna; pero son justos, y condenan á muerte al prisionero. Estrella asegura que jamás se casará con el matador de su hermano. El Rey, ejerciendo su derecho de gracia, indulta á Sancho.

En América se vivía antes de la libertad como la llama que tiene mucha carga encima. Era necesario quitarse la carga, o morir. Hay hombres que viven contentos aunque vivan sin decoro. Hay otros que padecen como en agonía cuando ven que los hombres viven sin decoro a su alrededor. En el mundo ha de haber cierta cantidad de decoro, como ha de haber cierta cantidad de luz.

Generalmente nadie lee los memoriales, sino el que los escribe, que es el único a quien importan; la prueba de esto es que cuando el empleo se ha de dar, ya está dado antes de hacer el memorial; y cuando hay que hacer el memorial, es señal de que no hay que contar con el empleo. Apelo a los señores que están colocados y a los que se han de colocar.

Si tiene también sus planes, que lo dudo, contrarios a los de usted, yo le diré, , señor, que los destruya; y los destruirá; que no mire jamás hacia Peleches, eso es; y cegará antes, , señor, que faltar a mi mandato; que se hunda en el polvo de la tierra; y se hundirá, eso es; se hundirá hasta los abismos, , señor, más tenebrosos y profundos.

En esto se fija y esto logra pintar el autor de El celoso extremeño, de Rinconete y Cortadillo, de La ilustre fregona, de La Gitanilla y de casi todas las demás novelas ejemplares por donde, merced a su agudeza psicológica, nueva o antes casi nunca empleada en este género de ficciones, Cervantes viene a ser el padre o el fundador de la novela, tal como la concebimos y comprendemos en el día.

Sabrás que una vez se cayó un avariento en un río. Un paisano que vio se le llevaba la corriente, alargó el brazo y le gritó: «Deme la mano.» ¡Qué había de dar!, ¡dar!, antes de dar nada, dejó que se le llevase la corriente. Fue su suerte que le arrastró el agua cerca de un pescador, que le dijo: «Hombre, tome usted esta manoConforme se trató de tomar, estuvo mi hombre muy pronto, y se salvó.

En honor del pueblo de Cádiz, debo decir que jamás vecindario alguno ha tomado con tanto empeño el auxilio de los heridos, no distinguiendo entre nacionales y enemigos, antes bien equiparando a todos bajo el amplio pabellón de la caridad. Collingwood consignó en sus memorias esta generosidad de mis paisanos.

Al fin se murió de vieja, mucho antes de que la suprimiesen las leyes revolucionarias. Estaba cansada de existir; el mundo había cambiado, y sus fiestas resultaban algo semejante a lo que sería una corrida de toros en Noruega, entre hielos y con cielo obscuro. Le faltaba ambiente.

De su felicidad, que le había robado, no dijo una palabra. ¡Alma noble y virtuosa, en que todo era resignación, abnegación y fidelidad a sus deberes! Pero ¿quién hubiera reconocido en su lenguaje grave y melancólico a la joven que yo había visto, dos años antes, tan soñadora, tan candorosa y tan alegre? ¡Qué juicio al presente! ¡qué tacto! ¡qué criterio!