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Llega a Buenos Aires, se presenta al gobierno de Rosas, encuéntrase en los salones con el general Guido, el más cumplimentero y ceremonioso de los generales que han hecho su carrera haciendo cortesías en las antecámaras de palacio; le dirige una muy profunda a Quiroga: «¡Qué! Paz me ha batido en reglaQuiroga deploró muchas veces después no haber dado oído a las proposiciones del mayor Paunero.

Jamás notó Lázaro cosa que disonara en el tranquilo concierto de aquella existencia casi monacal, donde todo estaba dispuesto y regulado de antemano, como en ceremonia palaciega; pero semejante al sordo ruido de vientos lejanos, creyó escuchar algunos días el rumor de murmuraciones engendradas en las porterías, robustecidas en las antecámaras y detenidas por el miedo ante las puertas del despacho donde trabajaba el bueno del obispo.

Don Francisco de Sandoval y Rojas atravesó las antecámaras de palacio en medio de los más profundos saludos y de las reverencias más profundas de los cortesanos. Hasta allí todo iba bien: se le consideraba por los pretendientes, que son un barómetro, como señor omnipotente, en el pleno goce del favor del rey. Los ujieres se mostraron con él, y del mismo modo, profundamente respetuosos.

Sería cosa interminable el referir una por una todas las bellezas que el arte y la naturaleza de consuno habian aglomerado en el delicioso recinto de Azzahra: bellezas realzadas con el esplendor de la corte, la muchedumbre de soldados, pages, eunucos y eslavos, de todos paises y religiones, costosamente vestidos de seda y brocado, que circulaban por sus anchas calles, y los grupos de jueces, katibes, teólogos y poetas que gravemente paseaban aquellos suntuosos salones, aquellos espaciosos vestíbulos y antecámaras.

Los Sánchez Botín son de buena familia, creo que de un alcurniado solar del Bierzo, y tienen parentesco, aunque remoto, con la familia de Aransis. En un mismo día se casaron las dos hermanas, Milagros con el marqués de Tellería, y Gertrudis, que era la mayor, con el coronel Minio, que rápidamente ascendió a general, ganando batallas cortesanas en las antecámaras palatinas.

También es de advertir, como resto de la independencia y tenacidad cántabras, que en estos edificios a ella agregados, donde se notan detalles del siglo XV junto a obras del XVI y siguientes hasta del actual, no hay ningún otro escudo que el de la torre, ya descrito, si bien dos puertas interiores de esta casa que hizo el Alcaide de Argüeso, cuyo castillo le chocó a usted tanto ayer, según me han dicho, entonces condenado a muerte y salvado por la influencia de su pariente el Duque del Infantado, tienen escudos lisos, no si para ser labrados allí, aunque esto se haría mejor antes de ponerlos en su sitio, o por haber sido picados en pena de las «Comunidades», que siguieron y acaudillaron en este país el señor de esta casa y el de la de Hoyos, hermano de Juan Bravo, el descabezado en Villalar... Y se acabó la historia, porque desde entonces, amigo mío, las casas de mayorazgo y parientes mayores de la Montaña, no tuvieron poder más que para pleitos, o para poner una pica en Flandes, un aventurero en América, o un voluntario como el manco insigne de Lepanto, mientras los Grandes se disputaban, por las antecámaras o retretes de Palacio, los virreinatos y encomiendas, o las «llaves» de su servidumbre.