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-Bien -dijo el cura- me parece esta novela, pero no me puedo persuadir que esto sea verdad; y si es fingido, fingió mal el autor, porque no se puede imaginar que haya marido tan necio que quiera hacer tan costosa experiencia como Anselmo.

Verdad es que doña Manolita dio a su padre un par de cariñosos besos para endulzar aquella mortificación de amor propio. Hasta hubo ocasión en que D. Anselmo se sintió más mortificado y vejado.

El ciudadano respondió: »-Las más estrañas que muchos días ha se han oído en ella; porque se dice públicamente que Lotario, aquel grande amigo de Anselmo el rico, que vivía a San Juan, se llevó esta noche a Camila, mujer de Anselmo, el cual tampoco parece.

»Quedaron deste acuerdo el impertinente y el traidor amigo; y, vuelto Anselmo a su casa, preguntó a Camila lo que ella ya se maravillaba que no se lo hubiese preguntado: que fue que le dijese la ocasión por que le había escrito el papel que le envió.

Ya esa es harina de otro costal. Si el amor es como el que tiene el padre Anselmo a su breviario, como el que tiene doña Inés a sus libros devotos o como el que tiene usted a las leyes o a los reglamentos que estudia, mi amor es evidente y yo quiero a usted como ustedes quieren esos libros. No menos que ustedes se deleitan en leerlos, me deleito yo en oír a usted cuando habla.

Llegó a explicarse aquellas tardes eternas que pasaba Anselmo en el patio, sentado en cuclillas y acariciando al gato. Callar, vivir, sin hacer más que sentirse bien y dejar pasar las horas, esto era algo, tal vez lo mejor. Por allí debía de irse a la muerte.... Y Ana iba sin miedo.

Cómo ello empezó y cómo habrá de acabar, sostenía D. Anselmo que se ignora y que se ignorará siempre.

Como se ve, don Alvaro distaba mucho de ser un modelo de perfección. El padre Anselmo no ignoraba sus extravíos, contribuyendo esto a hacer más respetable a sus ojos a la prudente y sufrida señora.

Respetaba las virtudes un tanto agresivas de fray Anselmo, aprobaba la gravedad de don Fernando y doña Brianda, reía de las ocurrencias de Guy, enamorábase de las gracias de doña Inés... Y también se sentía entre ellos, que una tarde llegó hasta disgustarse seriamente con una broma del vizconde...

»¡Desdichado y mal advertido de ti, Anselmo! ¿Qué es lo que haces? ¿Qué es lo que trazas? ¿Qué es lo que ordenas? Mira que haces contra ti mismo, trazando tu deshonra y ordenando tu perdición.