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Menester es que no se arredre por lo áspero de la corteza el que anhele gozar del dulce alimento que para el espíritu ella cela y contiene. La representación no se limita a ofrecer al pueblo un trasunto de la pasión y muerte de Cristo y de la redención del mundo, sino que en cierto modo abarca todo el plan divino y providencial de la Historia, como el famoso discurso de Bossuet.

Y cuando poco después, disgustado de aquella vana humareda de gloria militar, aspiraba yo a lo único que hay real y positivo en este mundo; cuando a costa de cinco o seis años de vida anhelé poseer grandes riquezas, también me las otorgó.

De aquí que V. anhele, como quien no dice nada, producir un diputado, y sobre todo un diputado que influya, que valga y que saque turrones. Yo, en cambio, lo confieso, tengo un ideal, que, al paso que vamos, no se realizará, si se realiza, hasta dentro de diez o doce siglos; pero, amigo, es menester ir encaminándose hacia él, aunque sea a paso de tortuga.

El remedio, en esta ocasión, casi nos parece peor que la enfermedad. ¿Por qué ha de castigar Dios a quien anhele conocerle? ¿Por qué ha de coincidir el poeta con quien inventó en prosa esta célebre frase: la funesta manía de pensar? ¿Por qué, desde el empleo de nuestras más nobles facultades en el estudio de la metafísica en general, y singularmente de la teodicea, hemos de descender, con inevitable descenso, a la borrachera y a los amores libidinosos, y todo ello sin regocijo, sino con furia, rechinar de dientes y maldiciones como de precito?

Te amé y te di mi corazón; me amaste, y al oír de tus labios que me amabas se disiparon las tinieblas de mi vida; se iluminó mi alma con los esplendores de la tuya, y anhelé ser bueno porque eras buena; quiso tener resignación como , y la tuve; y el que poco antes deseaba morir, amó la vida, y soñó con dichas y felicidades, no esas que supones, sino otras verdaderas, humildes... un hogar modesto y tranquilo, ni envidiado ni envidioso, del cual fueras alegría.

Nos parecen bien como son. Casi no comprendemos la causa de la censura que de ellos se hace. En primer lugar, los bufos son los bufos, y no son el sermón o el jubileo. La madre que anhele conservar el tesoro de candor que hay en el alma de su hija, y hasta acrecentarle, llévela a cualquiera de las muchas iglesias que contiene Madrid, y no la lleve a oír las zarzuelas.