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Pues mía es». Luego me llamó, y tomando entre sus manos mi cabeza, me dijo dulcemente: «Muñeca: desde ahora yo soy tu padre; ¡yo soy tu papá!» «Papá le llamo desde entonces; desde entonces me llama «muñeca». Algunas veces me dice «Linilla», como mis padres me decían. Angelina había terminado el ramillete, un ramillete de violetas, y me le acercó para que aspirara yo el suave aroma de las flores.

Tía Pepa, siempre tan parladora, enmudeció como los pajarillos del corredor, silenciosos y tristes a la sazón por el cambio de pluma; la enferma nos parecía más abatida que de ordinario, y Angelina salía y entraba, arreglando los equipajes, mustia y cabizbaja. No cómo pude trabajar durante ese tiempo. Para colmo de males tuvimos quehacer de sobra en el despacho.

El mismo, en cierto modo, participaba de nuestra tristeza. La enferma llamó a Angelina, y le dijo: Niña: ven a platicar conmigo; mañana te vas, y acaso no volverás a verme, porque, desengáñate, hija, ¡mi mal no tiene remedio! El doctor dice que nervios; ¡pero yo no creo nada de eso! El mejor día sabrás que me he muerto.... Pero, niña, no hablemos de eso; siéntate aquí, a mi lado.

Si, es una novela; pero algo hay en ese libro que le pone por encima de todas las novelas. Me pasaba largas horas conversando con Angelina.

Tía Pepilla me esperaba en el comedor, en el pobre comedor donde señora Juana iba y venía muy deseosa de atenderme y obsequiarme. Mientras yo me desayunaba alegremente y con buen apetito, tía Pepilla conversaba. Tengo una carta para , una carta de Angelina. Ayer la trajeron; hasta ayer vino el mozo.... Ahora te la daré.... Venga esa carta, tía; venga esa carta.... ¡Impaciente! Come y calla.

No puedo ver el famoso cuadro sin recordar a la doncella. Idéntico el óvalo del rostro, y la sonrisa, y la mirada, y los labios dulcemente expresivos. A las veces, después de pasar en mi cuarto largas horas, salía yo con el papel en la mano, aprovechando el momento en que Angelina se quedaba sola. ¿Versos? ¿Versos para , no es eso?

La amaba yo con toda mi alma, y bien sabe Dios que mi corazón era todo suyo; que nunca mis ojos se fueron en pos de otra mujer, y que era yo celoso, en bien de mi amada, hasta, de la menor palabra que pudiera salir de mis labios con olvido de Angelina, y fuera para ella como una infidelidad mía.

Su madre, doña Angela Perejamo, reunió los materiales para la colección de poesías de Angelina, rotulada Siemprevivas, editada en 1920 por la Casa Maucci, de la cual se han entresacado las que siguen: TUS MANOS ¡Manitas, las dulces manos de mi nena! Las manos mimosas, rosadas, sedeñas; las manos, divinas como dos camelias, que al acariciarme parece que besan.

De noche me echaba yo a vagar por las últimas calles de la ciudad, o iba a sentarme en el cementerio de San Antonio, al pie de un ciprés, cerca del lugar en que Angelina me dijo, cuando le pregunté si me amaría siempre: ¡Cómo hoy, como mañana, hasta después de muerta!

Las últimas camisas que te mandamos las hizo ella, y ¡con qué cuidado! Dígame usted, tía, ¿quién es esa joven? ¡Ahora te diré! e interrumpiéndome, gritó: ¡Angelina! ¡Angelina! ¡Ven acá! Y continuó, dirigiéndose a : Está, con Carmen. Si vieras: es muy hábil para todo, muy hacendosa, o, como dice, señora Juana, ¡muy mujer! Es la alegría de la casa.