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No; respondió el caballero pero debe ser muy hermosa, y sobre todo muy estimable... ¡porque nos hablas de ella a cada instante! ¿Verdad, señor, dijo la señorita dirigiéndose a verdad que Angelina es una muchacha muy inteligente y muy cariñosa? Es compañera mía en la Conferencia, y todos la queremos mucho, ¡mucho!... Y, dígame usted: ¿por qué es tan retraída?

La mesa estaba lista, y la tía aguardándome. Andrés, a quien diariamente mandaban desayuno y comida a su «changarro» del Barrio Alto, solía almorzar con nosotros. Me place recordar aquellos desayunos. ¡Qué de veces, en el comedor de fastuoso banquero, he pensado, con triste alegría, en aquellas horas dichosas! Tía Pepa en un extremo; yo a su derecha, y enfrente de Angelina.

Tres días estuvo con nosotros; al cuarto se fué a Pluviosilla, con objeto de arreglar algunos negocios, y asistir a no qué fiesta solemnísima en el templo de Santa Marta. Estuvo por allá una semana. El día veinte de Febrero ya le teníamos de regreso. El viaje de Angelina quedó resuelto.

Cerca de la fuente, en las piedras, y en los troncos viejos, se daban algunos que parecían plumas, cintas de seda, tiras de raso. Concluída la obra, corríamos a oir el fallo de las señoras. Para la enferma eran mejores los míos; para tía Pepa los de Angelina eran los más bonitos.

¡Vámonos, vámonos, murmuraba la anciana que pronto darán las doce! ¡A misa, niños! ¡A misa, Andrés!.... ¡Fiesta completa! ¡Inolvidable Noche Buena! ¡Qué poco necesita el hombre para ser feliz! Por aquellos días recibió Angelina una carta del P. Herrera. En ella le anunciaba que pasadas las fiestas de Navidad le tendría en Villaverde.

¡Muchacho! exclamó tía Pepilla. Entra, entra para que te vea tu madrina.... La pobrecilla ha estado muy mala; buen susto nos dió.... Por eso no te hemos escrito. ¿Quién lo había de hacer? Si Angelina estuviera aquí.... Entré en el cuarto de la enferma. La pobre anciana estaba en un sillón, muy abatida y trémula.

Ningún epílogo, podía ser, pues, más americano que el de Angelina. Americano, aún cuando fuera antaño europeo también. Traducida en la actualidad, haría sonreir.

Angelina era una muchacha muy inteligente. Escribía con mucho primor. Linda letra la suya; suelta, cursiva, elegantísima, sin que lo donairoso de los trazos le hiciera perder esa suavidad del carácter femenil que no sólo se manifiesta en el estilo, sino que trasciende a la forma de las letras, siempre que la mujer no presume de sabia o gusta de llamar la atención.

Papá lo ignora, sólo usted lo sabe.... Dígame, Rodolfo: ¿Quiere usted a Angelina, así, como yo quiero a Ernesto? . ¿Y ella le ama a usted? , mucho! ¡Cómo no lo merezco! Pues bien, amigo mío: ¡sea usted digno de ella! La fiesta había concluido, la multitud se dispersaba, y los tertulios de don Carlos salían en busca de las señoras para despedirse de ellas.

Esto fué el tema constante de mis meditaciones en los primeros días, pero luego puse toda mi atención en la belleza de los campos de Villaverde, en las puestas de sol, en la galanura de mis poetas favoritos, en las visitas de mi maltrecha musa, en el amor de Angelina. ¡Mente maldita la mía, tan divagada e inestable, inquieta como una giraldilla, encariñada con todas las cosas inútiles y frívolas!