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Así las cosas, corrían los días y las semanas, y el empleo deseado no venía. En verdad que la idea de alejarme de Villaverde no me halagaba. No sólo me detenía en la budística ciudad el amor de los míos, no; cuando me ocurría que acaso sería preciso ausentarme, pensaba yo con tristeza en Angelina.

Cuando supo que no volvería yo al colegio, exclamó: ¡Qué se ha de hacer! ¡Conformarse con la voluntad de Dios! ¿Cuándo me mandan ustedes a este muchacho?... Que vaya a pasar conmigo algunos días. Le mandamos la mula; sale temprano de aquí, y en la noche estará con nosotros. Acepté la invitación. Cualquier día, señor cura... tendré mucho gusto.... Angelina se presentó en la sala.

Ahora es secretaria de la conferencia de la Parroquia, y todos están muy contentos. No si Angelina habrá nacido para ser casada, pero, la verdad, Rorró, si te casaras con Angelina a me daría mucho gusto, mucho, mucho; , porque la quiero tanto como a , como ella se lo merece; porque así todo quedaría en casa; porque a esa niña la miro como algo nuestro, como persona de la familia.

María muere, Angelina se retira para olvidar, a un convento, para olvidar un amor que ya adivina amenguado en el perfecto amante de su fantasía. Porque ellas también, a su manera, son resignadas víctimas de la educación sentimental y casi mística. Sus lecturas favoritas, la sarracena ardentía de su sangre española, no les dejan entrever otra ventura que un «amor de exceso» como dijo el poeta, en donde amor y beso fueran síntesis de la eternidad». Pero cuando la vida va a enseñarles la dolorosa experiencia de su fragilidad, ellas no quieren aventurarse por la senda en que la señora de Bovary camina, velada y suspirando, hacia el amor que engaña.

En lo que era debido; en que la presidenta dijo que teníamos razón; que se dieran los auxilios, y que no se volviera a hablar de eso. La señora se fué mohina, y nosotras salimos muy contentas. Bien hecho, Angelina. Tenían ustedes razón. Ahora, vamos a otra cosa. ¿Sabe usted lo que me dijeron esta mañana, al salir de la Conferencia? Si usted no me lo dice.... Veamos, ¿quién y qué?

El señor Fernández me habló de la belleza del camino, de la buena condición del caballo que me había mandado, y terminó preguntándome por mis tías. ¿Y Angelina? dijo la señorita. ¿Angelina?... En San Sebastián... con el P. Herrera... contesté. Papá: ¿conoces a esa joven?

No; Angelina vivía para mi, yo vivía para ella; la desgracia y el amor habían unido nuestras almas, almas hermanas, nacidas una para otra, creadas para formar una sola: «Dos almas con un mismo pensamiento Y palpitando acorde el corazón». Sentado al pie de aquel naranjo, mudo testigo de nuestro amor, pensaba yo en Angelina, cuando llamaron a la puerta.

Sabido es que Pizarro tuvo en doña Angelina, hija de Atahualpa, un niño a quien se bautizó con el nombre de Francisco, el que murió antes de cumplir quince años. En doña Inés Huaylas o Yupanqui, hija de Manco-Capac, tuvo una niña, doña Francisca, la cual casó en España en primeras nupcias con su tío Hernando, y después con don Pedro Arias.

Por cédula real, y sin que hubiera mediado matrimonio con doña Angelina o doña Inés, fueron declarados legítimos los hijos de Pizarro. Si éste hubiera tenido tal título de marqués de los Atavillos, habríanlo heredado sus descendientes. Fué casi un siglo después, en 1628, cuando don Juan Fernando Pizarro, nieto de doña Francisca, obtuvo del rey el título de marqués de la Conquista.

Uno de los boticarios puso a mi disposición todos sus libros, doscientos o trescientos volúmenes de versos y novelas. Entonces leí mucho, en voz alta, mientras trabajaban Angelina y mi tía; entonces hice muchos versos, muchos, diariamente. Angelina era en ellos celebrada con un calor y un entusiasmo tales que la buena niña se sonrojaba al oírlos.