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Retuércele el cuello para que deje de sufrir, y da libertad a su alma de ángel.... ¡Ojalá nos retorciesen el cuello a todos cuando nacemos! ¡Ojalá yo se lo hubiese retorcido a mis hijos... ¿Han estado aquí esos sepultureros, Andreíña? ANDREÍ

No: ya que es sin querer, que á veces Dios permite que una persona buena sea, sin saberlo, causa de la perdición de otra. No le echo á usted la culpa. Pero esta pobre niña tiene quien vele por ella. No caerá otra vez; que gracias á un buen ángel ha salido ya del abismo la pobrecita, y se ha salvado.

Y como nuestro buen Gobernador Winthrop falleció también anoche, y fué convertido en ángel, de seguro que se creyó conveniente publicar la noticia de algún modo. No; nada he oído acerca de ese particular, contestó el ministro. En su última y singular entrevista con el Sr. Dimmesdale, se quedó Ester completamente sorprendida al ver el estado á que se hallaba reducido el ministro.

La mujer de su matador le quería mucho, viendo en él una especie de ángel custodio para la fidelidad de su marido.

Total, que cuando la vi representar, pensé que me tragaba todos los eméticos que hay en mi farmacia. La moraleja de la obra es que sin religión no hay felicidad, y por eso la pone en las nubes este ángel de Dios, que es el alcaloide de la cursilería». Cerró la noche y Ponce se acercó para telegrafiarse con su amada. Del balcón descendía una cuerda, a la que el joven ataba un papel.

Y a mi compañero, con estas cosas, se le desconcertó el reloj de la cabeza y dijo, algo ronco, tomando un pan con las dos manos y mirando a la luz: -Por esta, que es la cara de Dios, y por aquella luz que salió por la boca del ángel, que si vucedes quieren, que esta noche hemos de dar al corchete que siguió al pobre Tuerto.

Ayer me decía: «Es imposible detestar a los amigos con más encanto y bondad. Es el ángel de la ingratitud.» »¿Cómo acabará todo esto? Bien, créame usted. Tengo confianza en Dios, tengo fe en mi hijo y esperanza en Germana. Nosotros la curaremos, incluso de su ingratitud, sobre todo si usted viene a ayudarnos.

Ahora estamos en la fea... Ya le veremos por otra mejor, si es que la tiene. Ángel estaba, en efecto, sorprendido, y aun admirado, de ver por dónde tomaba la cuestión su consejera, y hasta de la cara que ésta ponía cuando le hablaba, que no era cara de susto, ciertamente: ¿adónde diablos iría a parar por aquellos caminos, tan distantes de los deseos del enamorado mozo? Ya se vería.

De modo que tenía muchísima razón la buena señora cuando, al despedirse y después de haberle ofrecido de nuevo su casa, le llamó, con una sonrisita y un ademán muy maliciosos, «¡ingrato!» ¿Quién, pues, como Leticia, para oírle con cariño, informarle sin pasión y aconsejarle con acierto? En estas y otras tales, ya llegó la hora de comer, y Ángel tuvo que sentarse a la mesa.