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Más le importaba la conducta de aquel ingrato que a su lado dormía tan tranquilo. Porque no tenía duda de que Juan andaba algo distraído, y esto no lo podían notar sus padres por la sencilla razón de que no le veían nunca tan cerca como su mujer. El pérfido guardaba tan bien las apariencias, que nada hacía ni decía en familia que no revelara una conducta regular y correctísima.

Y tomando el canalón, que andaba por el suelo, y ocultando el sable debajo de los manteos, salió por la puerta. El barón cogió la boina, se puso un grueso montecristo de abrigo y le siguió. ¡Alto! exclamó antes de que hubiera dado cuatro pasos. ¿No te parece que echemos la espuela? Fray Diego dejó escapar un gruñido afirmativo.

En una ocasión prendió la justicia á varios ladrones, y uno de ellos, hombre despejado, á lo que se vió, suplicó con grandes instancias le concediesen la plaza de ejecutor de la justicia, y como quiera que á la sazón ésta se hallaba mal servida porque el verdugo andaba enfermo y achacoso, y el solicitante, que era el propio Onofre, ofreció desempeñar el puesto por la mitad del sueldo, le fué encomendado; pero tantas fueron las bellaquerías y malas acciones que cometió á partir de entonces, que la Audiencia lo condenó á cárcel perpetua, y á no salir de ella sino cuando tenía que ejercer su triste misión, muy escoltado, y así que daba fin de ella volvían á encerrarle.

Andaba por Sevilla en los comienzos del siglo XVII, un sujeto á quien todos conocían con el nombre del hermano Juan de Jesús María, el cual iba por las calles con hábito de tercero ó ermitaño y con mucha humildad y constancia pedía limosna para las huérfanas.

A lo que parece, don Alvaro Roldan, que andaba antes extraviadísimo, lejos de su casa, muy a menudo en otras poblaciones entregado a mil liviandades y francachelas y gastándose los dineros con doncellitas andantes que hospedaba en sus caserías, se había vuelto sedentario, casero, morigerado y mucho más económico.

Jaramillo, que andaba desorientado durante su ausencia, quiso seguirle, y para justificar la fuga y no ser menos que su amigo, mató á otro «pañuelo blanco» antes de pasar á la vecina nación.

Y como la tía Zarandaja quisiese replicar, impúsola Cervantes silencio, mandola abriese la puerta, saliose, y de allí a gran paso fuese a casa de doña Guiomar, y allegándose al postigo del jardín llamó, y abrió Florela, que harto cuidadosa por la gravedad de los sucesos que habían sobrevenido, por allí andaba esperando. De como puede enamorarse una mujer hasta el punto de morir de amor.

Apoyada descuidadamente en el brazo de su hija como una débil y flexible caña, levantaba su talle prematuramente encorvado y andaba a pequeños pasos, con el pecho oprimido, pero con un poco de rosa en las mejillas y un poco de llama en los ojos.

Siempre lo arrojan á la basura... Créeme, hijo mío: no imites en eso á tu padre. El viejo había dicho demasiado para retroceder, y tuvo que ir soltando á fragmentos todo lo restante. Así se enteró Esteban de que el capitán andaba en amoríos con una señora de Nápoles, y se había quedado allá fingiendo negocios, pero en realidad dominado por la influencia de esta mujer.

No llegaba a desde una legua y andaba alrededor con el cucharón, y como yo me estaba quedo, parecían tretas contra olla que se sale. Díjome al fin: -Esto es lo bueno y no las borracherías que enseñan estos bellacos maestros de esgrima, que no saben sino beber.