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Al fin, manda enganchar el carruaje y él mismo va a buscarlo. Anda leguas y leguas, pasa en vela noches enteras, sin conseguir nunca atrapar a su hermano.

El joven Roger quiso poner el peso de la Francia en la balanza en que no alcanzaba a pesar bastante el partido europeo civilizado que destruía Rosas, y M. Martigny, tan apasionado como él, lo secundó en aquella obra más digna de esa Francia ideal que nos ha hecho amar la literatura francesa, que de la verdadera Francia, que anda arrastrándose hoy día tras de todas las cuestiones de hechos mezquinos y sin elevación de miras.

¡Vaya una desgracia! «Para tomar mujer no se reniega de la madre», decía Napoleón; se puede muy bien ser buen marido y buen soldado. ¿Verdad, tía Liette? ¡Anda! ahora llamo a usted también yo tía Liette... Dispénseme usted, señorita, y permítame darle un beso sin embargo...

¡..., quiero!... ¡Angelito!... Le daré un beso..., ¿verdad?... ¿Me dejas?... ¡Será el último, María!... ¡Le besaré el zapatito..., nada más que el zapatito!... ¡Anda, por Dios te lo pido, déjame!... Si no le dará asco...

5 El que recoge en el verano es hijo entendido; el que duerme en el tiempo de la siega es hijo que avergüenza. 7 La memoria del justo será bendita; mas el nombre de los impíos hederá. 8 El sabio de corazón recibirá los mandamientos; mas el que habla locuras caerá. 9 El que camina en integridad, anda confiado; mas el que pervierte sus caminos, será quebrantado.

Que tal es mi suerte pecadora, que á donde yo voy va la desdicha, y el bien que hago sangre y lágrimas me cuesta. Os debemos, sin embargo, demasiado. Quédanse las cosas como se estaban, y no podía suceder de otro modo; que tal anda ello, que el gobierno es como capa vieja á quien se la va el remiendo que se la ha puesto, por las puntadas.

Y si es mentira, también lo debe de ser que no hubo Héctor, ni Aquiles, ni la guerra de Troya, ni los Doce Pares de Francia, ni el rey Artús de Ingalaterra, que anda hasta ahora convertido en cuervo y le esperan en su reino por momentos.

Todos se alzan del asiento, excepto la señora de Calderón, en cuyo rostro parado se dibujó una vaga sonrisa de placer. ¡Ah, Clementina! ¡Qué milagro el verte por aquí, mujer! La dama se adelantó sonriente, y mientras besaba a las señoras y daba la mano a los caballeros, respondía a la cariñosa reprensión de su cuñada. ¡Anda!

¡El demonio del capellanzote!... ¡Si pensará que está tratando con alguna pendanga!... ¡Sucio! ¡sucio! ¡suciote!... Ya se lo diré a tu madre, que cree que tiene un santo en casa... ¡Anda, anda con el santo! ¡No, las misas que digas que me las claven aquí!

«¡Y qué cortinas! decía Bou tocándolas de un modo irreverente con el roten . Esta gente no gusta de tener frío. ¡Toma!, el frío se ha hecho para el pobre obrero que anda sin trabajo por las calles. Eso es, hay dos Dioses, el Dios de los ricos que da cortinas, y el Dios de los pobres que da nieve, hielo.