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La sonrisa con que el anciano vate acompañó estas palabras hirió a Tristán como un latigazo. Carezco del poder de enterrar a nadie porque no soy sepulturero repuso en tono algo desabrido . Me he limitado siempre a expresar con toda franqueza mi opinión sin cuidarme de saber a quién exaltó o a quién deprimió esa opinión, ya que no versa jamás sobre asuntos que atañen a la honra.

Acerqueme a él, y el infeliz anciano no halló mejor modo de expresar su desconsuelo que abrazándome paternalmente, como si ambos estuviéramos cercanos a la muerte.

La noche del baile se había retirado a su casa, pasando antes por la de Belinchón. Allí le dijeron que el señorito Gonzalo se había ido a Tejada. El anciano sospechó que no sintiéndose bien, se iría a meter en la cama. Al día siguiente, él mismo se sintió un poco indispuesto, porque no estaba acostumbrado a trasnochar, y se quedó en casa.

La pared del parque había terminado; de ese parque, cuyos rincones todos eran familiares al anciano cura. El camino seguía ahora las orillas del Lizotte, y del otro lado del pequeño río, se extendían las praderas de las dos granjas; después, más allá, elevábanse los altos bosques de la Mionne. ¡Dividida!... ¡la propiedad iba a ser dividida!

Hay que dejar hablar al padre, al anciano, al moribundo contestó el doctor con extraña solemnidad, sin interrumpirle; y ya que estamos los tres reunidos como hace nueve meses en el momento en que Magdalena acababa de expirar, voy a trazar la historia de ese amor en este tiempo. He leído lo que has escrito, Amaury; he oído lo que has dicho, Antoñita.

Así estaban las cosas cuando, en pleno invierno, es decir, en la época de más fiestas, bailes y recepciones, el mayordomo de los duques fue una mañana, por orden de sus amos, a la estación del camino de hierro a esperar al nuevo capellán que había de sustituir al anciano sacerdote muerte pocas semanas antes.

El anciano escudriñaba todo el salón por ver si quedaba todavía alguna cosa olvidada, hasta que al distinguir los retratos meditó un instante y exclamó: Si su señoría quiere dar estas pinturas, le adelantaremos veinte ducados, y, después, si su señoría quiere habitar otro palacio se las ritornaremos por poco más.

Después de contemplar detenidamente aquel espectáculo con melancólica mirada, el anciano dijo: Tenemos a la vista lo menos treinta mil hombres, y avanzan hacia nuestras posiciones; mañana, o pasado mañana lo más tarde, nos atacarán.

España no se somete, no, señor, no se somete exclamó de improviso el anciano, quebrantando el voto de su antes silenciosa prudencia, y levantándose de la silla para expresar con frases y gestos más desembarazados los sentimientos de su alma patriota . España no se somete, Sr. D. Luis de Santorcaz, porque aquí no somos como esos cobardes prusianos y austriacos de que usted nos habla.

»¡Ah! ¡Dios mío! le dije acercándome a él: ¿quién es ese anciano? »¡Qué! señora, ¿no le ha conocido usted? me dijo en tono brusco. »¡Ah! No, se lo aseguro. »¡Es mi padre! »¿Su padre? exclamé: ¡Mi antiguo maestro de música!... El buen Gerardo Broschi... ¡Ah! ¿De dónde viene, qué ha sido de él? ¡sería muy dichosa en abrazarle!...