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Celebra en este libro y retrata con rasgos, a menudo felices, a varios poetas eminentes de todas las edades y naciones: desde Hornero, Anacreonte, Esquilo y Catulo, hasta Gœthe entre los extraños, y desde Jorge Manrique hasta Espronceda entre los propios.

Pero era fiero y arrogante, de carácter descompuesto y defectuoso, y rebelde contra las leyes de la vida. Murió antes de haber comenzado a vivir. Robert Burns, el poeta escocés, escribía ya a los dieciséis años sus encantadoras canciones montañesas. El irlandés Moore componía a los trece, versos buenos a su Celia famosa. Y a los catorce había empezado a traducir del griego a Anacreonte.

Es un Anacreonte del follaje, un poeta que declama á gritos con la copa entre los labios y los ojos en el cielo. Pero los sedientos la acechan; los parásitos acuden para explotar su desinterés. Un rezumamiento de líquido azucarado en los bordes del brocal denuncia los placeres divinos de su recogimiento.

Es en medio de ellos que floreció el genio de Abelardo, cuya memoria está ligada a todos los sentimientos de piedad y de amor. También fue en la oscuridad de sus celdas donde Rancé ocultó sus penas y donde aquel espíritu ingenioso que a los doce años había adivinado las delicadas bellezas de Anacreonte, abrazó libremente, a la edad del placer, las austeridades de que nuestra debilidad se asusta.

Lo único que vale algo es este vivífico licor, que no engaña jamás, como proceda de buenas cepas. Su generoso fuego, encendiendo llamas de inteligencia en nuestra mente, nos sutiliza, elevándonos sobre la vulgar superficie en que vivimos. Lord Gray bebía con arte y elegancia, idealizando el vicio como Anacreonte.