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«Volver a aquella amistad ¿era un sueño? El impulso que la había arrojado dentro de la capilla ¿era voz de lo alto o capricho del histerismo, de aquella maldita enfermedad que a veces era lo más íntimo de su deseo y de su pensamiento, ella misma?». Ana pidió de todo corazón a Dios, a quien claramente creía ver en tal instante, le pidió que fuera voz Suya aquella, que el Magistral fuera el hermano del alma en quien tanto tiempo había creído y no el solicitante lascivo que le había pintado Mesía el infame.

Estos á las riberas del gran río Uruguay. Los que se han fundado á la ribera del gran río Paranná, son el pueblo de San Ignacio, que llaman el Mayor, el de Nuestra Señora de la , el de Santiago Apóstol, el de Santa Rosa, el de la Anunciación, el de la Purificación, el de San Cosme y San Damián, el de San Joseph, el de Santa Ana, el de Nuestra Señora de Loreto, el de San Ignacio, que llaman el menor, el del Corpus, el de Jesús, el de San Carlos y el de la Trinidad, aumentándose cada día más el número de convertidos y floreciendo en todos el primitivo fervor de la fe, que recibieron en el bautismo.

Les suplicó, después de agradecer la sorpresa de la visita, que la dejasen terminar aquel embrollo de números; y dama y clérigo se vieron solos en el salón sombrío, de damasco verde obscuro y de papel gris y oro. Ana se sentó en el sofá, el Magistral a su lado en un sillón.

¿Qué os espanta, señora? dijo el duque mientras doña Ana le conducía á tientas hacia un lado de la cámara. Me espanta dijo doña Ana con su sonora y dulce voz de mujer hermosa , me espanta la situación en que me encuentro, que es horrible. ¡Horrible! No alcanzo á comprenderos; ¿horrible porque yo estoy aquí? ; , señor, porque si mi situación no fuese horrible, no estaríais vos aquí.

Las Argentinas ninfas, conociendo De aquesta Ana Valverde la belleza, Sus dorados cabellos descojendo, Envueltas en dolor y gran tristeza, Estan

Aquella mañana de Agosto el Provisor la señaló como una de las más felices de su vida. Ana le obligó a hablar, a contárselo todo.

Creí soñar todavía; me incorporé en el canapé donde había dormido, atendí con todo cuidado, y, en efecto, un atronador grito de viva el Rey hirió mis oídos, no dejándome duda de que el navío Santa Ana se estaba batiendo de nuevo. Salí fuera, y pude hacerme cargo de la situación.

Estos versos que ha querido hacer ridículos y vulgares, manchándolos con su baba, la necedad prosaica, pasándolos mil y mil veces por sus labios viscosos como vientre de sapo, sonaron en los oídos de Ana aquella noche como frase sublime de un amor inocente y puro que se entrega con la fe en el objeto amado, natural en todo gran amor.

Aquello le parecía símbolo de su vida: bien claras estaban en ella las señales de su deshonra, los pasos de la traición; aquella amistad fingida, aquel sufrirle comedias y confidencias, aquel malquistarle con el señor Magistral... todo aquello era otra escala y él no la había visto nunca, y ahora no veía otra cosa». «¿Y Ana? ¡Ana!

Ya ves como no era lo que temías, aprensiva.... Es muy posible, probable que la pobre chica no sospeche nada, que su atrevimiento no sea más que una amenaza al amo.... Ana se ruborizó.