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Yo había perdido mi afición a andar por el combés y alcázar de proa, y así, desde que me encontré a bordo del Santa Ana, me refugié con mi amo en la cámara, donde pude descansar un poco y alimentarme, pues de ambas cosas estaba muy necesitado.

Y Pedro, como que con la ausencia de Juan venía a ser el caballero servidor de las cuatro niñas, ¿qué había de hacer sino estarlas sirviendo, y mucho mejor cuando no estaba cerca Adela, y mejor aun cuando no estaba junto a Ana, que no ponía buenos ojos cuando miraba a la vez a Sol y a Pedro, y mejor que nunca cuando por algún acaso Lucía y Sol estaban solas?

Tenía algo de la fiera que cae en la trampa, del murciélago que entra por su mal en vivienda humana llamado por la luz.... Y cerca de Ana nerviosa, aprensiva, febril, semejaba el símbolo de la salud queriendo contagiar con sus emanaciones a la enferma.

A Santa Ana, Madre de María, le dice su devoto: "Interesaos, pues, Santa mía, para que se me conceda paciencia en mis adversidades, tolerancia en las injurias, y en todo un ánimo tranquilo *

El hospital de Santa Ana, cuya fábrica emprendía entonces el arzobispo Loayza, recibió también una limosna de dos mil pesos, sin que nadie, a excepción del ilustrísimo, supiera el nombre del caritativo. Lo positivo es que quien ganó con creces en el negocio fué don Antonio de Ribera. En Sevilla la estaca le había costado media peseta.

Wolsey lo recibe rodeado de muchos soldados miserables y estropeados, que le presentan memoriales; recházalos á todos, quedándose solo con la nueva reina Ana, y le suplica entonces que lo apoye en su pretensión de ocupar la presidencia del Gobierno, pero ha confiado ya este cargo á su padre sin saberlo el Cardenal.

¡Que no se sienten juntos: que yo no lo vea! Y con los labios apoyados sobre el puño cerrado, quedó dormida en un sillón cerca de la ventana, sombreándole extrañamente el rostro, al agitarse movida por el aire, la cabellera negra. ¿A quién vio la mañana siguiente Lucía, sentado en el colgadizo, con Sol y con Ana? Venía con paso lento, y como si no hubiera querido venir.

Ana encontró de muy buen gusto el sesgo que Mesía daba a su extraña situación.

Su don Víctor, a quien en principio ella estimaba, respetaba y hasta quería todo lo que era menester, a su juicio, le iba pareciendo más insustancial cada día: y cada vez que se le ponía delante echaba a rodar los proyectos de vida piadosa que Ana poco a poco iba acumulando en su cerebro, dispuesta a ser, en cuanto mejorase el tiempo, una beata en el sentido en que el Magistral lo había solicitado.

¡Qué semana, la semana del baile! Pedro ha ido a la ciudad. Lucía quiso por un momento que fuera Juan, hasta que la miró Ana. ¡Oh, no, Juan! no te vayas. Una tristeza había en los ojos de Juan Jerez, que acaso ya nada haría desaparecer: la tristeza de cuando en lo interior hay algo roto, alguna creencia muerta, alguna visión ausente, algún ala caída.