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Se sentó en un sillón, sacó una caja de pasta negra, me ofreció un polvo, tomó otro, y me dijo: Nos encontramos en una situación sobre manera extraña: una joven, embellecida por Dios con cuantas virtudes pueden hacer respetable a una criatura, sola, pobre, desventurada, se encuentra entre nosotros dos; puesta primero, bajo la protección espiritual de un pobre exclaustrado, y amparada después, de una manera noble, desinteresada admirable, por un joven rico, viciado en el gran mundo, casi impío, pero que tiene un excelente corazón.

Poco después de volver ambos en , entregaron a don Simón una carta, con sello del correo interior. Era de Julieta, y decía: «Cuando ustedes reciban ésta, hará muchas horas que he abandonado esa casa, amparada por el elegido de mi corazón; el mismo a quien ustedes arrojaron de ella.

Semíramis, hija de una sacerdotisa de Diana, milagrosamente nacida, amparada por Venus y perseguida por Diana, yace prisionera, desde los primeros años de su juventud, en un lugar montañoso y solitario, porque un oráculo ha anunciado que llenará á la tierra de horrores y desdichas, que transformará á un Príncipe en tirano, y que se precipitará al cabo en el abismo desde inconmensurable altura.

Como debo decírselo todo, es necesario que sepa, delante de vos que sois su madre, como quisiera que viera mi alma entera... ¿por qué no he de decirlo...? que al abrir la mampara de la cámara de la reina, al verle delante de , me sentí herida, no cómo, de una manera dolorosa, y al mismo tiempo dulce; que le amé... que le amé cuanto se puede amar... y después... después... cuando amparada de él corrí á obscuras las calles de Madrid apoyada en su brazo... yo... le amo desde que le vi... y si no hubiera sido su esposa, me hubiera metido monja... ¿cómo queréis que me pese que sea hijo de vos, de la madre que le ha dado el ser para que haga mi ventura?

Don Gaspar concedía a su hija la libertad razonable para que no la desease tan completa que le fuese dañosa: con él asistía Helena a las diversiones que le agradaban y a las visitas con que se conserva la amistad; a misa y tiendas iba con su prima doña Flora, solterona, pobre, de ellos cariñosamente amparada e incapaz de tolerar la más leve imprudencia: primero por severidad de principios y luego por miedo a ser arrojada de una casa donde nada le faltaba.

El loco amor al lujo y las comodidades eran los puntos débiles de Isidora; su necesidad la brecha por donde la atacaban, prometiendole villas y castillos; pero no obstante estas desventajas, resistía batiéndose con el arma de su orgullo y amparada del broquel de su nobleza.

Con asombro había visto todo lo que había sucedido desde que en el bodegón entró la hermosa indiana, la no menos hermosa Margarita, y con un mayor asombro oyó aquellas palabras; y como con la cólera se le hubiese descompuesto el manto a doña Guiomar, y dejádola al descubierto la incomparable cabeza con aquella su dorada corona de riquísimos cabellos, al ver tanta beldad, y el rubor que por hallarse allí, y hasta tal punto haber llegado, la encendía el purísimo semblante, aficionose a ella, y túvola por buena, y a más por gran señora, que no mostraba menos por su continente y su atavío doña Guiomar, y levantándose a ella fuese, y asiéndola una mano, con voz desfallecida por la enfermedad y por el sentimiento, la dijo: Amparada he sido, y tan generosa y noblemente como pudiera serlo, por este caballero con el cual me habéis hallado; y pues también le conocéis, señora, como se muestra por lo que con él hablado habéis, sin duda habéis también conocido cuánta debe haber sido y ser la desventura en que me ha encontrado; y porque acepto el amparo que me ofrecéis y porque sepáis mis desdichas, a vos me acojo y a vuestra casa os sigo.

No me conformo con que usted lo parezca: quiero que lo sea. Un ángel que pertenece a usted... ¿Y en esto debo ver un acto de caridad extraordinaria, sublime? PANTOJA. No es caridad: es obligación. A mi deber de ampararte, corresponde en ti el derecho a ser amparada. ELECTRA. Esa confianza, esa autoridad... PANTOJA. Nace de mi cariño intensísimo, como la fuerza nace del calor.

Preguntó la justicia tanto, que a las pocas horas las fojas del proceso alzaban que daban espanto, según que se había plumeado; pero no sacó en limpio sino lo que Florela dijo: que señor Miguel de Cervantes Saavedra, soldado y poeta, había llevado el día antes a su señora, para que la amparase, a doña Margarita, que amparada por doña Guiomar había sido.