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Tal vez porque el ser amada, fuera por quien fuera, no podía saberle mal aunque ella tuviese que desdeñar y hasta vituperar aquel amor.

Sus manos finas, transparentes y monjiles, que parecían hechas para tejerse en los éxtasis y para filigranar ofrendas de vírgenes y capas pluviales; sus manos, finas y transparentes, eran doctas en los secretos del amor mundano. Cuando yo la conocí, tenía la desolada belleza de las ruinas.

¡Y cuánto más conocidos son el amor, la familia, la unión ó matrimonio, en la verdadera acepción de estas palabras, entre los tiernos anfibios! Su paso tardo, su vida sedentaria, favorecen la unión fija.

Como antes, en la luna de miel, saboreó la plenitud de la pasión satisfecha, así ahora se complacía en analizar y desmenuzar con el pensamiento la índole de sus penas, deleitándose en la amarga voluptuosidad del dolor, y cuanto más excitaba su desconsuelo mejor creía que demostraba su amor al pobre muerto. ¿No había de llorarlo si lo eligió voluntariamente estudiando sus cualidades y sus prendas de modo que se ajustase a lo que, según ella, debía ser un marido?

duced by Chuck Greif Morsamor: peregrinaciones heroicas y lances de amor y fortuna de Miguel de Zuheros y Tiburcio de Simahonda Por Juan Valera Librería de Fernando Madrid Al Excmo. Sr. Conde de Casa Valencia

La venta de las caricias, el robo del placer ajeno, el rompimiento de la fe jurada, el ultraje al nombre de esposo, el repugnante comercio del amor, que convierte el lecho en posada y la memoria en índice de liviandades. ¡Cuán tristes las que, comerciando con el amor, han de ofrecer la mercancía! ¡Cuán despreciables las que lo dan a cambio de joyas y de galas!

La secreta antipatía que inspira el acreedor manifestábase en el alma de Rubín en forma de un odio recóndito, nacido quizás del sentimiento de humillación que producen las deudas a toda persona de amor propio muy susceptible. El tal era Cándido Samaniego, hombre medio curial y medio negociante, en su trato afable, en sus negocios duro.

¡Siempre tu misma manía! Con esas ideas extrañas añadió Carmen todas debemos hacer lo posible para quedarnos solteras. El amor, para nosotras, sólo puede venir como una desgracia, replicó Zoraida. Y la voz le temblaba. Un día Adriana preguntó por Julio. ¡Está aquí! exclamó Carmen. Lo dejamos arriba, con abuelita, cuando llegaste.

Procedía en sentido directo, con la inteligencia clara, la conciencia cerrada, como si se tratara de un asalto de esgrima en el cual no hubiera arriesgado más que el amor propio. A mi estrategia insensata Magdalena opuso de repente medios de defensa inesperados. Contestó a ella con calma perfecta, con total ausencia de disimulos, con ingenuidades que en nada podían perjudicar su reputación.

Su inocencia me cautivaba en dulcísima cadena, y yo, que la salvé a esta niña del abandono, más por deber de conciencia que por amor de padre, me sometí a su hechizo con una dejación de mismo absoluta y feliz. Ya, desde entonces, sólo salí de Luzmela por precisión y muy pocas veces.