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Me parece bien; pero de todas maneras, yo reclamo para el altísimo honor y el regalado deleite de ser en la botica el mensajero de tan buena nueva. ¡Se las he dado tan amargas a los dos excelentes amigos en estos últimos días!... Concedido con toda el alma. Pues sélleme usted las credenciales con un apretón de manos. Ahí va la mía, y el corazón con ella. Un abrazo además.

Al año de estar en la buñolería, la hija del amo, que era una chiquilla saladísima de catorce años, enfermó de viruelas y, cosa rara en la gente del pueblo, dotada en tales casos de tanto valor como ignorancia, los vecinos, conocidos y amigos dejaron a la enfermita y sus padres en completo abandono.

Había visto a los jefes de partido, a los caudillos de grupo, hablar toda una tarde, desde las cuatro hasta las ocho, roncos y congestionados, sudando como cavadores, con el cuello de la camisa hecho un trapo sucio y mirando el gran reloj del salón con angustia de condenados. «Aún falta una hora para levantar la sesión», decían los amigos.

Manos Duras y sus tres amigos, tendidos en el suelo, le vieron pasar á lo lejos con dirección al pueblo. Teniendo sus caras junto á las raíces de los matorrales, hablaron y rieron con frío cinismo. Va en busca de la vaca que nos comimos ayer dijo Piola. Y Manos Duras añadió, acompañando sus palabras con un mueca impúdica: Veremos qué dice cuando nos hayamos llevado su vaquillona...

Miéntras que estaban en esta conversacion, se esparció la voz de que acababan de ahorcar en Constantinopla á dos visires del banco y al muftí, y de empalar á varios de sus amigos; catástrofe que metió mucha bulla por espacia de algunas horas.

Continuas pendencias, alborotos y escándalos promovía el bravucón y sus amigos, y en uno de aquellos lances acudió en mal hora á poner paz un corchete llamado Gordillo, que ya era bien conocido de García, el cual fué lo mismo verle que arremeterle armado de una daga.

Muchas noches lo llevaba a cenar a la casa de Evangelina y, terminada la cena, los dos amigos se encerraban en una habitación a descamisarse, palabra que en el tecnicismo de los jugadores tiene una repugnante exactitud. Decididamente, el jugador y el loco son una misma entidad.

Había jugado en Ascot por espíritu de imitación, para no ser menos que los amigos que lo rodeaban; pero como la pérdida que había sufrido iba a desequilibrar su presupuesto durante algún tiempo, su disgusto era profundo.

En otro carruaje infinitamente más elegante y mucho mejor entroncado, lamentábase el notario en presencia de sus dos amigos.

Todos se levantaron, y Hullin, entrando en la cocina, dirigió a los guerrilleros esta sencilla alocución: Amigos míos, acabamos de decidir que se lleve la resistencia hasta lo último.